2.Europa: ciudades y feudalismo. La historiografía de los Siglos XIX y XX.

1.1.-Marco cronológico del Tema.
1.2.-Desarrollo del Tema.
2.1.-Los antecedentes.
2.2.-Los primeros pasos: vasallaje y beneficio.
2.3.-Las relaciones feudo-vasalláticas.
2.4.-Diferentes procesos de feudalización.
2.5.-El sistema feudal y los tres estados.
3.1.-Los cambios económicos y la revitalización urbana.
3.2.-Tipologías urbanas medievales.
3.3.-Sentimiento urbano de la población.
3.4.-Poder comunal y poder feudal. Simbiosis y coexistencia.
3.5.-La gran crisis bajomedieval. Repercusiones en la ciudad y en el campo.
3.6.-El fin de la crisis. Ciudades y campo, dos caras de una misma modernidad.
4.1.-El positivismo histórico, origen de la discusión.
4.2.-La Escuela de los Annales.
4.3.-La Baja Edad Media, vista desde el S. XIX o desde el S. XX.

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A continuación, para satisfacer los deseos y necesidades de los de la fortaleza, comenzaron a afluir ante la puerta, cerca de la salida del castillo, negociantes, es decir, mercaderes de artículos costosos y, acto seguido, taberneros, luego hospederos para dar alimento y habitación a los que llevaban adelante sus negocios, y a los que construían casas y preparaban albergues para las personas que no eran admitidas en el interior del recinto fortificado. Su lema era <<Vamos al puente>>. Los habitantes aumentaron de tal forma que pronto nació una ciudad importante que conserva hasta hoy su nombre vulgar de <<Puente>>, porque Brujas (Brugghe) significa Puente, en lengua vulgar” (Johannis Longi: Chronica Sancti Bertini, en Ladero Quesada, M.A.: Historia Universal. Edad Media, II, Barcelona, 2004, págs. 480-1.)

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1.-Introducción.

En el Tema que se desarrollará a continuación se pretende tratar de dilucidar las relaciones de diferentes tipos existentes entre las ciudades medievales y el sistema feudal imperante en la Edad Media, y analizar también el dilema planteado por la historiografía entre ambos sistemas.

1.1.-Marco cronológico del Tema.

La cronología aceptada de la Edad Media se extiende entre los siglos V y XV. Como el sistema feudal clásico realmente aparece, se desarrolla y se asienta entre los siglos X-XIII (Ganshof, 1978:105)1, la cronología del Tema se centrará esencialmente en esos siglos. Sin embargo, como inicio y final del Tema se hará referencia a los antecedentes (entre el siglo V y el siglo X) y al período final de la Edad Media, en los siglos XIV y XV.

1.2.-Desarrollo del Tema.

Para poder ir relacionando las características que nos interesa destacar de las ciudades medievales en su relación con el sistema feudal, nos es necesario previamente establecer claramente las características esenciales de esas dos instituciones, de manera que luego se puedan comparar y contrastar entre ellas. En vez de separar de manera completa en la exposición que sigue ambas descripciones, se procurará ir haciendo en cada una de ellas las consideraciones pertinentes sobre el objetivo del Tema.

Así pues, en primer lugar se explicará qué entendemos por sistema feudal, diferenciando entre sistema feudal y sistema señorial, todo ello con las consideraciones que sean pertinentes respecto al fenómeno urbano del contexto. A continuación se explicará lo necesario del fenómeno urbano medieval para poder relacionarlo con la institución feudal. Por último, se resumirán las conclusiones a las que se hayan ido llegando, enmarcadas en las diferentes posiciones historiográficas.

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2.-El sistema feudal medieval.

2.1.-Los antecedentes.

De manera un tanto arbitraria, se puede poner la fecha de la caída del Imperio Romano en occidente en el año 410, cuando los visigodos, con su rey Alarico al frente, saquean Roma (Gibbon, 1983:Vol.I, 927)2. Pero si se prefiere, puede datarse esa caída en el año 476, cuando Rómulo Augústulo es depuesto por Odoacro, oficial romano de origen hérulo, convirtiéndose así en el último emperador romano occidental (Gibbon, 1983:Vol.I, 1073)3

La caída del Imperio Romano va seguida por una oleada de invasiones "bárbaras", que hasta el siglo VIII configuran una Europa con unas características ciertamente caóticas. Genéricamente suelen calificarse a estas invasiones como germánicas (vándalos, francos, ostrogodos, longobardos, visigodos...), y las causas remotas de las mismas son de difícil seguimiento, aunque es fácil pensar que el desencadenante próximo fue, sin duda, el enorme vacío de poder que el Bajo Imperio Romano deja tras de sí, así como los (en cierta manera) fallidos intentos de reconquista de Justiniano. En palabras de Lucien Musset (Musset, 1967:4)4, "un movimiento tan prolongado y tan complejo solamente puede tener causas múltiples".

Entre los siglos VIII y IX se forma, expande y languidece el Imperio Franco de los Carolingios, con la figura de Carlomagno recibiendo de la Iglesia el título de Emperador en la Navidad del año 800. La unión entre Iglesia y poder político creará el nexo de unión entre el desaparecido Imperio Romano y el aún nonato Sacro Imperio Romano.

"Como en el país de los griegos no había emperador y estaban bajo el imperio de una mujer, le pareció al Papa León y a todos los padres que en asamblea se encontraban, así como a todo el pueblo cristiano, que debían dar el nombre de emperador al rey de los francos, Carlos, que ocupaba Roma, en donde todos los césares habían tenido la costumbre de residir, así como también Italia, la Galia y Germania. Habiendo consentido Dios omnipotente colocar estos países bajo su autoridad, pareció justo, conforme a la solicitud de todo el pueblo cristiano, que llevase en adelante el título imperial. No quiso el rey Carlos rechazar esta solicitud, sino que, sometiéndose con toda humildad a Dios y a los deseos expresados por los prelados y todo el pueblo cristiano, recibió este título y la consagración del Papa León. (Annales Laureshamenses, ann. 800)5

La decadencia de la dinastía carolingia (el reparto del Imperium Mundi entre Luis el Germánico, Carlos el Calvo y Lotario I no ayudó mucho a su pervivencia) dio lugar, de manera similar a la anterior, a otra oleada de invasiones, tal como documenta Musset en su libro (Musset, 1968)6. Pero estas últimas invasiones bárbaras (normandos, sarracenos, húngaros) introducen elementos novedosos de los que carecieron las anteriores. Efectivamente, además de crear los problemas de seguridad habituales en esas situaciones (con sus secuelas económicas), la segunda oleada invasora tiene un carácter migratorio estable muy acusado, y se produce una significativa aportación de sangre nueva que permitirá la construcción posterior de la Europa medieval. No hay que ver, por tanto, en estas invasiones más que un problema transitorio, con un indudable balance positivo a medio plazo. En particular, y pensando en el objetivo de este Tema, la creación de nuevas ciudades medievales se verá grandemente influida por estos flujos migratorios. La misma posición al respecto sostiene el catedrático de Historia Medieval de la Universidad de Barcelona, Salvador Claramunt, en sus diferentes libros y también en sus artículos de la gran obra que coordinó, la "Gran Historia Universal" (Claramunt, 2000:18 y ss7 , 84 y ss8)

Tras la decadencia Carolingia, será el territorio del Ducado de Sajonia el que conseguirá triunfar sobre los dos acuciantes problemas que afectaban a Germania, la desunión interna entre sus Ducados (la propia Sajonia, junto con Baviera, Suabia, Lorena y Franconia) y la presión húngara (magiar) desde el exterior. Este triunfo cristaliza en la ascensión al poder de la dinastía Otónida, con Otón I coronado en el año 936. Esta renovación del Imperio contará también con el decidido apoyo de la Iglesia, que lo consagra Emperador en el año 962.

Con el "Sacro Imperio Romano Germánico"9 así formado, los Otónidas hacen entrar a Europa en la ya plena Edad Media... bajo una mezcla de costumbres bárbaras y carolingias, junto con innovaciones revolucionarias (el feudalismo será una de ellas), y bajo la doble visión laica y religiosa del poder político, se crea moneda, se impulsan los mercados (que generarán en muchas ocasiones asentamientos estables, germen de futuras ciudades), se mejoran las condiciones de vida en antiguas ciudades romanas (como Ratisbona y Colonia)... Gracias al Sacro Imperio, la frontera del año Mil es traspasada sin excesivas complicaciones, y Europa tiene por delante tres siglos de un futuro difícil en muchos aspectos, pero apasionante en todos ellos.

No hay que olvidar, aunque en este trabajo se cite sólo marginalmente, que Europa central no vive sola en el mundo, ya que el Imperio Romano de Oriente sigue su larga marcha (hasta el año 1453, cuando los turcos toman Constantinopla, el mismo año en que acaba la Guerra de los 100 años en Europa), y que el Islam irrumpe con fuerza en el panorama histórico europeo, con algunas repercusiones en el ámbito de este Tema, como, por ejemplo, la paralización de las rutas comerciales mediterráneas tradicionales.

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2.2.-Los primeros pasos: vasallaje y beneficio.

Según Ganshof (Ganshof, 1978:41)10 los orígenes del feudalismo hay que buscarlos inexcusablemente en la desorganización y decadencia del Imperio Carolingio. La disminución del poder político de los monarcas hace que se busquen nuevas alternativas para asegurarse la lealtad de una nobleza no siempre decidida plenamente a seguir los dictados reales. La crisis económica crónica de este convulso período se agudiza con la gran inmigración producida en las últimas invasiones de Europa. Nacen así, por pura necesidad política y económica, dos instituciones básicas en el desarrollo del tema que nos ocupa, dado que vertebrarán completamente el poder político (y a la vez, el económico) en la Europa plenamente medieval. Aparecen en este primer escalón real pero muy pronto se usan también en los demás escalones sociales. Son estas instituciones el vasallaje y el beneficio.

El vasallaje es un proceso de adopción y entrega personales, por el que un hombre libre, a través de un acto público de homenaje -inicialmente llamado recomendación, (Ganshof, 1978:26)11, se declaraba a todos los efectos vasallo de un señor más poderoso que él. En ese acto se juraba fidelidad y lealtad, y se adquirían unos compromisos mutuos entre el señor y el vasallo, que debían cumplirse de manera vitalicia.

"El siete de los idus de abril, jueves, [AD 1127] los homenajes fueron de nuevo rendidos al conde. En primer lugar, se hicieron los homenajes de la manera siguiente. El conde pidió al futuro vasallo si quería convertirse en su hombre sin reservas, y aquel respondió: “Lo quiero”; después, estando juntas sus manos entre las del conde, que las apretaba, se aliaron por un ósculo. En segundo lugar aquel que había hecho el homenaje, expresó su fidelidad en estos términos: “Prometo en mi fe ser fiel, a partir de este instante, al conde Guillermo y guardar contra todos y enteramente mi homenaje, de buena fe y sin engaños.” En tercer Iugar, juró esto sobre las reliquias de los santos. Seguidamente, con la vara que tenia en la mano, el conde dio las investiduras a todos aquellos que, por este pacto, le habían prometido seguridad, rendido homenaje y al mismo tiempo prestado juramento." (Galberto de Brujas: Homenaje y fidelidad al Conde de Flandes, en la Crónica de la muerte de Carlos el Bueno)12

El principal compromiso adquirido por el vasallo era el de auxiliar a su señor desde el punto de vista militar siempre que fuera requerido para ello. A cambio, el señor se comprometía a darle protección y a favorecer su estatus económico y social. Esta relación de vasallaje, desde el punto de vista jurídico era de tipo estrictamente personal, duraba toda la vida, y era difícilmente rescindible (Ganshof, 1978: 60)13, salvo felonía de una parte.

El beneficio es una institución por la que un señor, más o menos poderoso, entrega una recompensa, normalmente en forma de cesión de un territorio, a quien le había hecho un servicio, lo cual no necesariamente implicaba una relación de vasallaje previa.

"En el nombre de Cristo. A todos nosotros… place, sin que nadie fuerce nuestro albedrío, sino por propia voluntad, haceros carta de donación a vos, conde Ramón, hijo del conde Lope, y, en virtud de ella, os donamos todos nuestros alodios en el pago de Pallars y villa Baén, tierras, viñas, casas, huertos, árboles, molinos, aguas, canales: desde Nogaria hasta el lugar que llaman Exdrumunato o la Portella, desde el bosque de Pentina hasta el oratorio de San Licerio, y por encima de aquel bosque hasta la fuente llamada de Llano Tavernario (…) Te donamos, por tanto, todo lo que se halla dentro de estos términos con integridad completa, por voluntad expresa nuestra, con el fin de que seáis nuestro señor bueno y defensor contra todos los hombres de vuestro condado y sea esto manifiesto a todos, para que desde hoy tengáis potestad. Y si nosotros o cualquier otro hombre tratara de estorbar el cumplimiento de lo que aquí se acuerda, pague el duplo y siga en pie el contrato aquí expuesto. Hecha esta carta de donación el mes de abril, año XXIII del reinado de Carlos emperador [AD 920]." (Recogido por Ramon d'Abadal14 en Catalunya Carolingia, III, Doc nº 132)15

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2.3.-Las relaciones feudo-vasalláticas.

El vasallaje y el beneficio (llamado posteriormente feu “bien donado a cambio”, del germánico fehu, de origen indoeuropeo) nacen de manera independiente, y se reconocen claramente ya en época merovingia, aunque cabría matizar tanto sus diferentes formas como los nombres que reciben (Poly, 1983:55)16

La evolución de ambas instituciones se desarrolla en paralelo, es decir, hay vasallos que no reciben beneficio en sentido estricto, y hay beneficiados que no son estrictamente vasallos. Pero esta situación no dura mucho, y ambas instituciones poco a poco adoptan una relación de uno a uno, y de esa manera un vasallo acaba recibiendo un feudo de su señor.

Esta unión ya explícita de ambas instituciones se ve estimulada bien pronto (a principios del IX) por la monarquía carolingia, que ve en ella la garantía de la lealtad de la nobleza, que queda “atada” por el doble vínculo feudo-vasallático, vínculo que se propaga de manera piramidal desde el rey (que no es vasallo de nadie) hacia abajo en la jerarquía social. El hecho es tan claro y consolidado que Ganshof llega a decir que "...nos parece legítimo emplear la expresión "feudalismo carolingio"..." (Ganshof, 1978: 41)17

Sin embargo, el establecimiento jurídico de esta relación feudal llevaba el germen de dos problemas que a medio plazo generarían importantes tensiones. Ya desde los primeros momentos, las relaciones feudo-vasalláticas provocaron un indeseado efecto de alejamiento de los súbditos respecto a su rey (Hernando, 2000:122-123)18, ya que su referente económico, militar, judicial... era su señor feudal y no el propio monarca. A la vez, se produjo la vinculación hereditaria (Ganshof, 1978:81)19 del feudo, con lo que los señores y sus descendientes iban perdiendo poco a poco la propiedad de su territorio al no recuperarla plenamente a la muerte de sus vasallos. Ambos problemas tendieron a la fragmentación mayor del poder político cuando en realidad se intentaba establecer vínculos sociales más fuertes. Estos vínculos fueron fuertes, ciertamente, pero muy "locales", fijando mucho a la población rural en el territorio y haciéndola muy dependiente de su señor feudal.

De esta manera y por estas causas, cuando el imperio carolingio se descompone el vacío de poder que se produce es ocupado, de forma natural, por los señores feudales, y la sociedad tiene en la relación feudo-vasallática su principal elemento vertebrador. El monarca, si bien nominalmente es el que manda sobre todos sus súbditos, no es nada sin sus señores feudales.

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2.4.-Diferentes procesos de feudalización.

La "linealidad" de lo expuesto hasta aquí no debe hacer pensar que el proceso de feudalización fuese ni simultáneo ni homogéneo. La descripción hecha anteriormente es especialmente cierta en la Francia de los Capetos, sucesores de los Carolingios, pero en otras zonas de Europa el feudalismo no llegó a desarrollarse ni a la vez ni de la misma manera.

En Inglaterra no aparece hasta la conquista por el Duque de Normandía en 1066, en Alemania los descendientes de Otón no pierden tan fácilmente el control del poder político (además de crear un feudalismo “eclesiástico” más obediente/controlable), en Italia del sur el feudalismo también es relativamente tardío como en Inglaterra, en el sur de Francia y en Catalunya el proceso de feudalización pasa primero por una etapa de ruptura del poder condal respecto al poder del rey, y luego es cuando se produce la feudalización,... y el caso más llamativo quizás sea el de los reinos cristianos de la península ibérica, que en su empresa de reconquista del territorio no llegan a crear un feudalismo digno de tal nombre.

El sistema feudal así creado, además de expandirse territorialmente evoluciona en cuanto a sus contenidos y firmeza jurídica, y se entra a partir del siglo X en una etapa que se puede calificar de "feudalismo clásico" (Ganshof, 1978:105-108)20. Algunos autores afirman que el vínculo feudal deriva claramente hacia posiciones ligadas estrictamente al beneficio, debilitándose así la componente vasallática del feudo (Poly, 1983:79-85)21 : el servicio queda pospuesto y matizado según sea el beneficio.

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2.5.-El sistema feudal y los tres estados.

Además del sistema feudal establecido como se ha visto, el otro gran elemento vertebrador de la sociedad medieval es la existencia de los tres estados de la sociedad: clérigos, nobles y trabajadores.

Clérigos: los de más alta jerarquía se integran claramente en el sistema feudal, y pueden considerarse en la práctica señores nobles, a diferencia de los clérigos de a pie. La iglesia no queda al margen del proceso de feudalización, y las relaciones nobleza-iglesia son bien estrechas (Hernando, 2000:125)22 : el señor hace la investidura de los obispos (hasta el concordato de Worms, 1122), los cuales se convierten en sus vasallos, nombran directamente a los abades (o ellos mismos adoptan ese cargo eclesial), las parroquias y los monasterios se consideran patrimonio incorporado al feudo... todo ello hace que la iglesia sufra de un laicismo exagerado, nada ejemplar, y no es raro que pase por una fase de gran decadencia espiritual, que desembocará en diversos movimientos de regeneración eclesiástica (Cluny, Cister).

Nobles: dedicados esencialmente al oficio militar, son la clase arquetípica del poder feudal.

Trabajadores: esencialmente agricultores, libres o siervos (ligados a la tierra), todos dependen del señor de su territorio.

La economía del feudo, agrícola por excelencia, se organizaba a partir de grandes propiedades señoriales, subdivididas en parcelas (tenencias o masías, del latín manere, habitar) asignadas a los campesinos, y en una parte que el señor controlaba y explotaba directamente, el mansus indominicatus, que normalmente eran las mejores tierras de cultivo (Hernando, 2000:129)23 (Dutour, 2004:103)24. Las tenencias campesinas tendían a ser más bien pequeñas explotaciones familiares (en sentido amplio), solamente de algunas hectáreas. Su régimen jurídico era de dos tipos, la tenencia libre y la servil, llamadas así por el estatus jurídico de sus tenientes. El sistema señorial de explotación del feudo ata al campesino a la tierra de múltiples maneras, de tal forma que sólo una pequeña fracción de ellos pueden considerarse autónomos del sistema del señorío.

Los campesinos, a cambio del usufructo de la tierra, pagaban una renta anual al señor feudal, inicialmente en especie pero pronto se les obliga a que lo hagan en metálico para permitir al señor feudal la compra directa de los bienes que necesitaba. Al pasar del pago en especie al pago en metálico se genera un importante cambio en el sentido de aumentar la masa monetaria circulante, que impulsa el comercio y la industria, y permite una recuperación de la vida urbana no tan ligada ya a los aspectos económicos estrictamente agrícolas.

La aparición de los comerciantes y la generalización de sus actividades nutre los mercados con productos agrícolas pero también proto-industriales. Muchos de esos comerciantes acaban estableciéndose en las ciudades, en las que sus productos tienen fácil salida, y empezarán a configurar un poder en cierta manera contrapuesto al del medio rural.

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3.-Las ciudades medievales.

3.1.-Los cambios económicos y la revitalización urbana.

El éxito (relativo, ya que siempre se está un tanto "en el límite" en el sentido económico) de la organización socioeconómica de la Europa Medieval, claramente visible a finales del siglo X, produce una reactivación económica general.

Como siempre sucede ante un cambio tan importante, pueden identificarse muchas causas, ninguna decisiva pero todas imprescindibles. Un mejor clima, unos avances tecnológicos agrícolas brillantes (arado con vertedera, cambio esencial del sistema de tiro del caballo, que pasa al pecho, aprovechamiento intensivo y variado de la energía hidráulica y en algunas zonas, eólica...), desaparición del fenómeno de las invasiones o migraciones importantes, estabilización de las instituciones feudales a las que la población se acostumbra, aparición de movimientos regeneradores espirituales, aumento de la población... (Hernando, 2000:132)25

El excedente agrícola que así se va produciendo se incorpora a los mercados, impulsados por un incipiente comercio (Pirenne, 2005:90)26, que, si bien limitado por unas deficientes comunicaciones, tiene a su favor los bajos precios iniciales. Los mercados y ferias se hacen muy numerosos en toda Europa, y se observa que muchas veces sus ubicaciones se hacen a lo largo las antiguas rutas romanas, y a lo largo de las rutas fluviales, que impulsaron enormemente el tráfico de mercancías por su baratura y accesibilidad. La agricultura excedentaria y el comercio incipiente favorecen la aparición de una pequeña pero potente industria, inicialmente relacionada con la agricultura propiamente dicha, pero que rápidamente diversifica sus productos.

Esta triple revolución económica (agrícola, comercial, industrial) necesita para mantenerse y colocar sus producciones una concentración poblacional que sólo puede darse en las ciudades. De esta manera, las ciudades medievales ya creadas conocen un auge importante, y aparecen otras nuevas. Pero debe observarse que la ciudad nace y/o se desarrolla de una manera profundamente ligada al campo, tanto por su origen poblacional como por el origen de su necesario abastecimiento (Asenjo, 1996:12, 30)27. Un autor como Dutour llega a hablar de "El vínculo íntimo de las ciudades con un país interior aldeano" (Dutour, 2004:168)28 e insiste mucho en esta idea de unión y relación entre el campo y la ciudad, uno de cuyos máximos exponentes es el fenómeno del crédito (en sus múltiples variantes) por el cual la ciudad financia al campo, del cual, a su vez, se nutre (Dutour, 2004:154-155)29. En ambas tipologías (antiguas y nuevas ciudades) se observa el fenómeno de la concentración en burgos o barrios de los mercaderes y artesanos de un mismo producto. Estos burgos, alentados por una mayor capacidad de acción jurídica (comparada con la sociedad rural), evolucionan fuerte y rápidamente, apareciendo una nueva clase social, la burguesa, que no tarda en hacerse con el control de las ciudades, en las que el feudalismo empieza su desgaste, por no decir su decadencia. Hay que señalar que los artesanos, con sus demandas de bienes, servicios, materias primas... fueron un motor de desarrollo urbano que en muchas ocasiones es superior al generado por el comercio propiamente dicho (Asenjo, 1996:12)30.

Así pues, las ciudades (que tuvieron una general decadencia en los siglos V al X, con todas las excepciones que sean necesarias), se reaniman fuertemente en todos los aspectos. El desarrollo cronológico de las ciudades no es uniforme, su crecimiento es unas veces espontáneo, otras impulsado por los intereses económicos señoriales o eclesiales, sus ubicaciones responden a muchos factores diferentes... pero en todas ellas se detecta claramente la aparición de una nueva clase social, en muchos casos transformada o derivada de la campesina, pero ya no ligada a la tierra (ni a sus usos y costumbres), que en cierta manera empiezan a entrar en conflicto con la organización feudal de la sociedad.

Hay que decir que esta visión de la Historia (Pirenne, 2005:90 y ss)31en la que las ciudades medievales nacen gracias al resurgir comercial, empujado por los comerciantes ambulantes que recuperan antiguas rutas comerciales y van asentándose permanentemente en puntos claves del territorio, hay que matizarla bastante (Julià, 2000:179)32, (Asenjo, 1996:22)33 en el sentido de que habían previamente muchas ciudades con un funcionamiento comercial pujante a pesar de las dificultades sufridas, y que las rutas comerciales importantes nunca llegaron a estar cerradas del todo. Además puede añadirse que influyeron de manera decisiva muchos otros factores, además del comercial. Por ejemplo, la aristocracia rural, cada vez más rica, tuvo necesidad de capitalizar las rentas obtenidas, capitalización que era más factible en un entorno urbano en vez de rural.

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3.2.-Tipologías urbanas medievales.

Para entender mejor el crecimiento y desarrollo de las ciudades medievales, puede hacerse un resumen de sus tipologías más frecuentes. Es evidente que, como toda clasificación que pueda pensarse, no es un esquema válido para toda Europa, ya que los desarrollos urbanos fueron muy variados. Sin embargo, puede ser muy orientador este acercamiento a las tipologías urbanas, las cuales condicionarán el uso y la evolución posterior. Muchos autores (Pierre Lavedan, por ejemplo) han tratado este tema, que está siempre en revisión (Asenjo, 1996:14)34 y que se considera complejo (Jehel, 1999:221)35.

1-Ciudades "romanas": clásica simbiosis entre la urbs y el territorium, languidecen con la decadencia del Bajo Imperio Romano, pero desde el siglo XI evolucionan hacia el concepto que entendemos actual de ciudad. Narbona, Londres, Colonia, Barcelona son ejemplos de este tipo

Algunas ciudades de esta categoría no modifican su estructura, conservan sus murallas, mantienen el trazado ortogonal del cardo y el decumanus... puede decirse que "crecen hacia dentro de ellas", como Colonia hizo, por ejemplo.

Otras “crecen hacia fuera”, y aparecen el faubourg, la vilanova... nombres que indican claramente su génesis. Llegan incluso a separarse, en su crecimiento, del núcleo inicial, al que literalmente desbordan. Narbona y Béziers lo hicieron así.

Sin llegar a separarse del todo, otras ciudades crecieron alrededor de un núcleo original, creando estructuras urbanas crecientes a su alrededor. Barcelona es un buen ejemplo, con la construcción de la muralla nueva englobando todo el territorio ampliado, por Pedro III el Ceremonioso en 1359.

2-Ciudades "espontáneas": de nueva creación, originadas de forma espontánea a partir del siglo X, sobre una “semilla” poblacional o territorial. Oxford y Perpinyà son ejemplos claros. Algunas ciudades alemanas se originaron de esta manera por el asentamiento, un tanto al azar, de grupos étnicos provenientes de las anteriores invasiones.

Este tipo de ciudades pueden nacer a partir de una “semilla” rural (trabajadores que se unen para una mejor subsistencia), o “señorial”, alrededor de un castillo, donde espontáneamente se agrupa una población que busca amparo y protección, o “monástica”, a partir de un centro religioso, por los mismos motivos de protección y seguridad.

3-Ciudades "creadas": son también de nueva creación pero impulsadas claramente por el poder civil o religioso, con fines económicos o de repoblaciones con fines defensivos. Curiosamente, no son las de mejor trazado, por la rapidez con la que crecen, como Magdeburgo y Munich.

Quizás el factor común de todas ellas sea su “centro”, concepto urbano que ha llegado claramente hasta nuestros días.

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3.3.-Sentimiento urbano de la población.

En cuanto al número de los pobladores de las ciudades medievales, resulta difícil establecer su número con alguna verosimilitud, ya que no hubo censos antes del XVI. Se han hecho diferentes estimaciones, (Asenjo, 1996:19)36 más bien a finales del período. Así, por ejemplo, se estima que en el siglo XIV Milán tenía 100000 habitantes, París 90000, Londres 50000, Barcelona 35000, Valencia 20000,... pero no es fácil acercarse a unos valores aceptablemente ciertos.

La población global europea sí dispone de mejores estimaciones, evolucionando desde los 40 millones de habitantes en el año Mil y los 73 millones del año 1300, pero ello no quiere decir que las ciudades creciesen siempre en esa proporción, ya que la mayoría de la población (se estima entre el 60 y el 90%, según zonas) vivía en el medio rural (Dutour, 2004:108-111)37.

Pero en cualquier caso, sean cuales sean las cifras, la población urbana no es despreciable en número, ni mucho menos en actividad...

Lo más característico que conforma el “sentimiento urbano” de la población de las ciudades, y que las diferencia claramente del mundo rural, es su sentido de pertenencia al burgo. Así como un campesino pobre no se siente nada unido (aunque sí atado) a una tierra en la que simplemente subsiste, un habitante del burgo se siente unido a su núcleo territorial y poblacional, generándose así un importante movimiento de identidad en los ciudadanos.

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3.4.-Poder comunal y poder feudal. Simbiosis y coexistencia.

Ese sentimiento de identidad solidaria generado en las ciudades conduce, de manera pronta e inevitable, a la búsqueda de una defensa en común de libertades, prerrogativas y derechos adquiridos frente al poder político feudal, que –como veremos- mantiene una actitud que puede ser calificada de ambivalente ante el fenómeno social que está apareciendo en las ciudades.

En esa pugna (inicialmente, muy dura) entre el poder comunal de los ciudadanos y el poder feudal establecido, este último no sale perdedor casi nunca, pero no deja de ir haciendo concesiones, inevitablemente. De esta manera se produce un fenómeno inesperado, ya que el poder comunal (Asenjo, 1996:37-39)38 ciudadano pasa, en cierta manera, a convertirse a su vez en otro poder de tipo público, en paralelo con el feudal, con el que mantendrán relaciones no siempre tirantes. La "lógica" feudal no desaparece en las ciudades, sino que coexiste con otras maneras de pensar, incipientes, pero pujantes.

En el mejor de los casos, en esa búsqueda de la emancipación y el autogobierno, las ciudades conseguían una “carta comunal” otorgada por el poder feudal con la que, estableciendo una serie de derechos y obligaciones, se estaban sentando las bases de una cierta autonomía de la ciudad. Esta autonomía no es ni mucho menos homogénea en todas las ciudades medievales, y posiblemente el mayor grado de la misma se dio en las ciudades del norte de Italia.

El gobierno de las ciudades (Consejos, Magistrados,...) siempre tuvo muy presente la gran influencia de las asociaciones ciudadanas (cofradías, fraternidades, corporaciones, gremios...) . En realidad, este alto grado de asociacionismo explica, en parte, el relativo éxito que las ciudades medievales tuvieron en sus movimientos comunales hacia la autonomía y hacia la creación de un poder propio.

Pero, como muchas veces sucede en la Historia, este movimiento llevaba en sí el germen de graves problemas (Julià, 2000:201)39. Cuanto más avanza una ciudad desde el punto de vista económico, más fuertemente aparece el fenómeno social de los grupos privilegiados, que poco a poco rompen la homogeneidad y el consenso burgués imperante hasta el momento. A partir del siglo XIII (Dutour, 2004:191 y ss)40 las oligarquías ciudadanas (banqueros, comerciantes importantes, magistrados,...) están firmemente establecidas (Asenjo, 1996:30-33 y 54-58)41, y lo que empezó claramente como un movimiento social popular y espontáneo perdió definitivamente esas cualidades, reproduciéndose en las ciudades, paradójicamente, unas situaciones jerárquicas de poder excesivo, de transmisión hereditaria de ese poder (económico esencialmente, y por tanto, político), que recordaban fuertemente las características del poder feudal contra el que inicialmente se enfrentó la burguesía.

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3.5.-La gran crisis bajomedieval. Repercusiones en la ciudad y en el campo.

A finales del siglo XIII y sobre todo en los principios del siglo XIV, la situación europea empeora rápidamente. Las grandes epidemias de peste, con todas sus implicaciones sicológicas, y la terrorífica –por devastadora- Guerra de los 100 años42 hacen aparecer el hambre en sentido estricto entre la población (Sarasa, 1991:41-42)43.

Las ciudades lo soportan peor que el medio rural (este sufre un proceso de despoblamiento que acentúa los problemas de abastecimiento a las ciudades) , y las revueltas populares ciudadanas se generalizan en casi toda Europa.

El “punto de no retorno” (Julià, 2000:293)44 en los problemas de la Baja Edad Media cabe ponerlo, siempre de manera un tanto arbitraria, en las desastrosas cosechas cerealísticas de la segunda década del siglo XIV, con las que Europa entra en una época realmente difícil. El hambre –con algunos altibajos a finales del XIV- campa a sus anchas por Europa, y las ciudades se enfrentan a una situación de la que les costará salir.

Si se suman el hambre, la peste y la guerra, el Apocalipsis parece haberse asentado en Europa...

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3.6.-El fin de la crisis. Ciudades y campo, dos caras de una misma modernidad.

En las primeras décadas del S. XV empieza a superarse la crisis, especialmente en las zonas de las que se va alejando la guerra. En pocas décadas la situación europea cambia radicalmente (en 1453 acaba la Guerra de los 100 años, el mismo año en que los turcos toman Constantinopla), y, en particular, la demografía se recupera hasta los niveles anteriores, con todas las consecuencias económicas que ello conlleva.

En esta recuperación, que tiene lugar en todas las facetas del quehacer del hombre y que hemos convenido en llamar “rinascita”, El Renacimiento, la evolución de las ciudades y del feudalismo ya ha tomado un rumbo imparable hacia la modernidad (Pérez, 1991:14)45.

La reconstrucción del mundo rural, con la progresiva desaparición de la servidumbre de la gleba y la libertad jurídica incipiente asociada, (Pérez, 1991:19)46 se aúna con el papel de las ciudades como “motor” de la civilización, y en esta doble cara de la modernidad, en palabras de Herder, “...la larga noche eterna empezó a iluminarse con las primeras luces del alba.... se comenzó a pensar como nosotros pensamos hoy.” (Pérez, 1991:3)47

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4.-Feudalismo, ciudades e historiografía.

4.1.-El positivismo histórico, origen de la discusión.

Desde su nacimiento, sea este cuando fuere, las Ciencias Sociales trataron de parecerse a las ciencias positivas. Cuando Maquiavelo, en el siglo XV, escribe "El Príncipe", no está haciendo más que decir que la vida política es susceptible de ser estudiada, analizada, diseccionada... de forma objetiva. Petty, en el Siglo XVIII, analiza cómo las sociedades se enriquecen, y lo hace de forma positivista "avant la lettre". Locke, en ese mismo siglo, afirma que la naturaleza del hombre y su acciones sociales mantienen una relación causa / efecto, perfectamente estudiable. En su libro "La riqueza de las naciones", Adam Smith describe un "orden natural" que determina las relaciones de producción económica. Augusto Compte, en Siglo XIX, hace de la sociología una disciplina científica, ya separada de la metafísica y de la religión...

Este positivismo da paso a otras corrientes de pensamiento, que se posicionan de maneras diferentes ante el hecho histórico. El marxismo, por ejemplo, basándose en el materialismo histórico de manera un tanto simplista (visto desde aquí y desde ahora, naturalmente) cree explicar la Historia de una manera claramente determinista y, por tanto, "científica". Viene al caso recordar una famosa frase de Marx relativa al periodo medieval que hemos estudiado: "El molino manual trae la sociedad feudal; el molino de vapor, la sociedad capitalista industrial” (K. Marx: La miseria de la filosofía, II, 1)48. Este determinismo histórico, basándose en gran medida en la tecnología como causa de los cambios esenciales, deja de lado la multiplicidad de razones, motivos y circunstancias que han conformado el devenir histórico. Sus interpretaciones son "cómodas", indudablemente, pero reduccionistas generalmente.

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4.2.-La Escuela de los Annales.

Un tanto como reacción a las posiciones historiográficas del Siglo XIX, marxistas o liberales, nace a finales de la segunda década del Siglo XX la llamada Escuela de los Annales49, con figuras como Marc Bloch ("La sociedad feudal") y Lucien Febvre. Desde el punto de vista de esta Escuela, la Historia debe abordarse de una manera integrada, sintética, desde el punto de vista de las mentalidades, englobando los aspectos económicos, sicológicos, culturales,...

Más recientemente, Le Goff y Duby unen en sus obras, de una gran influencia entre los historiadores medievalistas actuales, la economía, la sociología, la lucha de clases y las mentalidades como argamasa que lo impregna todo. Braudel insiste en esta unificación de enfoques para enfrentarse a la Historia, y añade su concepción de los diferentes tiempos históricos, que le permite interpretar y enmarcar correctamente los cambios lentos, en contraposición con los hechos del día a día, vertiginosos siempre.

No obstante lo anterior, la metodología marxista ha hecho importantes contribuciones al estudio de la Edad Media durante el Siglo XX, citándose frecuentemente a Dobb, Hilton y Wallerstein50.

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4.3.-La Baja Edad Media, vista desde el S. XIX o desde el S. XX.

Así pues, las diferentes corrientes historiográficas de los siglos recientes han conducido a diferentes explicaciones e interpretaciones sobre los procesos urbanos y feudales ocurridos en la Baja Edad Media. Ya hemos visto en otro apartado de este Tema cómo se veían las cosas desde la historiografía burguesa del Siglo XIX, representada por ejemplo por Henri Pirenne en su ya citada obra "Las ciudades de la Edad Media". Podemos ver ahora cómo opina algún autor del Siglo XX, desde otro posicionamiento epistemológico... Por ejemplo, uno que se ha citado en el punto anterior, Rodney Hilton, una figura central en el debate marxista (impulsado por Dobb) sobre la transición del feudalismo al capitalismo.

Hilton critica las posiciones sobre la expansión urbana basadas estrictamente en los posicionamientos del Siglo XIX que hemos visto anteriormente. Afirma que la dualidad antagónica ciudad / sistema feudal es más propia de un sociólogo que de un historiador, y critica también, aunque menos, la visión de Pirenne que ya hemos comentado, del que dice que "personalmente, creo que Pirenne demostró que era muy buen historiador exponiendo esas ideas, pero que, después de él, mucha gente ha abusado de esta concepción". (Hilton, 1991: 10)51.

Según Hilton, el problema metodológico de los otros posicionamientos ha consistido esencialmente en no buscar realmente los elementos estructurales en las ciudades que pudieran poner de relieve la presencia feudal en ella, elementos tanto ideológicos como sociales y económicos. En cambio, Hilton, textualmente, pretende encontrar "...cuáles son las relaciones entre el feudalismo y las ciudades... las ciudades, en la Edad media, ¿eran agentes que llevaban al capitalismo y a la destrucción del feudalismo?" (Hilton, 1991:11)52

La contestación de Hilton a sus preguntas se inicia cuando dice detectar tanto en el sistema feudal rural como en las propias ciudades, un mismo sistema de producción: en el medio rural, basado en las unidades familiares; en el medio urbano, basado en las familias menestrales. Ambas maneras de producir más allá ya de la mera subsistencia inyectan a sus respectivos sistemas dinero en efectivo, ya que sus señores así lo necesitan y exigen. Este dinero circulante lo mueve esencialmente el mercado, punto de unión entre la ciudad y el campo, lo que hace que ambas visiones del feudalismo, la que se ve desde la ciudad y la que se ve desde el medio rural tiendan a una cierta convergencia, y más aún cuando se considera que los señores feudales tienen un gran interés en estimular esta situación, que les beneficia claramente. Concluye pues Hilton afirmando que "...en la mayoría de estas ciudades... había un elemento de independencia, pero un elemento que al fin y al cabo se inscribía en una función definitivamente feudal." (Hilton, 1991:20)53

Hilton aún encuentra más puntos de convergencia entre la ciudad y el campo cuando afirma que los menestrales de las ciudades se organizaron como los payeses de los feudos rurales. Por tanto, la incorporación de nuevos habitantes a las ciudades provenientes del medio rural se hacía realmente sin cambiar las estructuras que ya conocían, si bien desarrolladas en entornos diferentes con características propias. En particular, sobre este punto de las estructuras de poder en la ciudad y en el campo, Hilton dice que "......había la misma distancia entre el burgués comerciante y el menestral que entre el propietario territorial feudal y el campesino." (Hilton, 1991: 32)54

Ante el hecho de la aparente creación de capital sobrante para invertir, hecho que se produce en las ciudades con los grandes comerciantes, Hilton afirma que es cierto que fue así, pero que ese capital jamás se invirtió en producción, lo que es idéntico a lo que pasaba en el sistema feudal rural, en el que la rentas del señorío no se invertía en más producción en sus dominios. Si no se produjo el fenómeno de inversión en producción tampoco en las ciudades, fue, según Hilton, porque "...los grandes comerciantes... tenían un punto de vista económico y social muy próximo al de los señores feudales..." (Hilton, 1991:34)55, tan próximo que las relaciones entre los señores feudales y los comerciantes se estrecharon enormemente, con compras importantes, y, sobre todo, la aparición del fenómeno del préstamo de dinero que el comerciante hacía al señor feudal necesitado de efectivo. Por tanto, Hilton concluye que entre las clases gobernantes de las ciudades y los señores feudales no hubo realmente conflicto, sino confluencia de intereses.

Así pues, desde este punto de vista que se ha ejemplificado con Hilton, no hubo demasiado conflicto entre las ciudades medievales y el sistema feudal, las clases dirigentes que empiezan a manejar capital importante están fuertemente integradas en la concepción feudal, las estructuras de producción son en el fondo las mismas en ambas sociedades, y, en definitiva, las ciudades son calificadas por Hilton como "conformistas con el feudalismo". (Hilton, 1991:41)56 No cabe duda de que nos encontramos con una visión de las cosas bien diferente de la presentada por la historiografía más "tradicional", que presentaba, como ya vimos, un conflicto esencial entre las ciudades y el feudalismo.

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5.-Finale.

Las ciudades han sido, a lo largo de la Historia, un fiel reflejo de la sociedad que las crea y las habita, reflejándose en ellas en gran medida los avatares históricos más representativos de su época. Su nacimiento y desarrollo se debió a una serie de causas imbricadas entre sí, y su influjo y conexión con el resto del territorio han sido una constante en su andadura. A partir del feudalismo, y no siempre en su contra, la población de las ciudades generó nuevas formas de comportamiento y usos sociales, característica que, desde la Edad Media, seguimos reconociendo en nuestras ciudades actuales.

Desde nuestro punto de vista más reciente, las ciudades han representado diferentes papeles históricos. Para la historiografía más tradicional, liberal y burguesa, del Siglo XIX (con autores como Pirenne, ya citado)57, la ciudad medieval fue el necesario y conveniente contrapeso del poder feudal, al que se enfrenta, desgasta y vence, con un claro avance del progreso de la libertad personal y colectiva. Desde el punto de vista marxista, (como el de Hilton, ya citado)58, la ciudad es la cuna y el crisol de la lucha de clases, que enfrenta al ciudadano contra el señor feudal y emprende así la transición desde los modos de producción feudales hacia los capitalistas. En la actualidad, se detecta entre los historiadores (como por ejemplo Dutour, ya citado)59 una posición un tanto ecléctica entre las anteriores, en la que se trata a la ciudad como un continuum del entorno, globalizando su estudio en el marco general de las realidades económicas y sociales del momento.

En gran medida podemos considerar que la ciudad medieval se ha prolongado hasta nuestros días, tanto por su trazado –en muchas zonas, inalterado en la práctica- como en sus usos y, sobre todo, en su papel de “motor social”, lugar donde se gestan cambios y nuevas mentalidades. Cuando paseamos por algunas calles del centro histórico de nuestras ciudades actuales, la brújula que guía nuestros pasos está orientada todavía por algún impulso medieval.

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José Carlos Vilches Peña,

En Vielha, Aran,

a 20 de noviembre de 2006.

6.-Bibliografía usada y citada.

Se relacionan a continuación los libros usados para diseñar, estructurar y documentar el trabajo. Se ponen en el orden en el que aparecen citados por primera vez en el texto, en vez del acostumbrado orden alfabético, para que pueda verse su secuenciación cronológica y la evolución del propio trabajo:

1.-LADERO QUESADA, M.A., Historia Universal. Edad Media, II, Barcelona, 2004.

2.-GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

3.-GIBBON, E., Histoire du déclin et de la chute de l'empire romain, Ed. Robert Laffont, París, 1983.

4.-MUSSET, L., Las invasiones. Las oleadas germánicas, Ed. Labor, Barcelona, 1967

5.-MUSSET, L., Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa Cristiana, Ed. Labor, Barcelona, 1968

6.-CLARAMUNT, S., Les invasions del segle V. Els regnes germànics, en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62, Barcelona, 2000

7.-CLARAMUNT, S., Els Imperis Carolingi i Otónic. Les últimes invasions., en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62, Barcelona, 2000

8.-POLY, J.P. y BOURNAZEL, E., El cambio feudal (Siglos X-XII), Ed. Labor, Barcelona, 1983

9.-HERNANDO, J., El canvi feudal, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

10.-PIRENNE, H., Las ciudades medievales, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

11.-ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

12.-DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

13.-JULIÀ, J.R., La renovació del comerç i el resorgiment de la vida urbana, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

14.-JEHEL, G. y RACINET, P., La ciudad medieval. Del Occidente cristiano al Oriente musulmán (siglos V-XV), Ed. Omega, Barcelona, 1999.

15.-SARASA, E., Las claves de las crisis en la Baja Edad Media, Planeta, Barcelona, 1991.

16.-PÉREZ, M.A., Las claves de la Historia Renacentista, Ed. Planeta, Barcelona, 1991

17.-HILTON, R., Les ciutats medievals, L'Avenç, Barcelona, 1989.

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7.-Webgrafia usada y citada.

Ante la abundancia, calidad y accesibilidad de la bibliografía descrita en el punto anterior, el recurso a la Web ha sido menor que el que hoy en día suele hacerse, y se ha limitado a encontrar algunas apoyaturas documentales para puntos muy concretos. Se da el listado también en el orden en que aparecen en el texto:

1.-La Coronación de Carlomagno; Universidad Autónoma de Madrid.
http://www.uam.es/departamentos/filoyletras/hmedieval/especifica/cuadernos/text10.htm

2.-El Sacro Imperio Romano Germánico; Glicerio, F.
http://193.146.228.30/congresovi/ponencias/condemora.pdf

3.-Ceremonias feudales; Universidad de Fordham.
http://www.fordham.edu/halsall/source/feud-fief1.html

4.-Catalunya Carolingia; Programa de reçerca, Institut d'Estudis Catalans.
http://www.iec.cat/gc/ViewPage.action?siteNodeId=355&languageId=1&contentId=1660

5.-Ceremonias feudales; Biblioteca Virtual Miguel de Cervantes.
http://www.cervantesvirtual.com/historia/textos/medieval/plena_edad_media.shtml#4

6.- La Guerra de los Cien años; Amis d'Hérodote.
http://www.herodote.net/Dossier/Guerre_de_Cent_Ans.htm

7.-Ciencia, tecnología y sociedad; Educajob.
http://www.educajob.com/xmoned/temarios_elaborados/filosofia/tema36.htm

8.-Los Annales y la historia de las mentalidades; Barros, C, Universidad de Santiago.
http://www.h-debate.com/cbarros/spanish/contribucion.htm

9.-Historia Social británica; Gómez, G., Universidad Complutense de Madrid.
http://www.ucm.es/info//hcontemp/leoc/taller/hsocial.htm

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8.-Notas en el texto.

1 GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

2 GIBBON, E., Histoire du déclin et de la chute de l'empire romain, Ed. Robert Laffont, París, 1983.

3 Ver Nota anterior.

4 MUSSET, L., Las invasiones. Las oleadas germánicas, Ed. Labor, Barcelona, 1967.

6 MUSSET, L., Las invasiones. El segundo asalto contra la Europa Cristiana, Ed. Labor, Barcelona, 1968.

7 CLARAMUNT, S., Les invasions del segle V. Els regnes germànics, en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62, Barcelona, 2000

8 CLARAMUNT, S., Els Imperis Carolingi i Otónic. Les últimes invasions., en Gran Història Universal, Vol. 2, Ed. 62, Barcelona, 2000

10 GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

11 Ver Nota anterior.

13 GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

16 POLY, J.P. y BOURNAZEL, E., El cambio feudal (Siglos X-XII), Ed. Labor, Barcelona, 1983.

17 GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

18 HERNANDO, J., El canvi feudal, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

19 GANSHOF, F.L., El feudalismo, Ed. Ariel, Barcelona, 1978.

20 Ver Nota anterior..

21 POLY, J.P. y BOURNAZEL, E., El cambio feudal (Siglos X-XII), Ed. Labor, Barcelona, 1983.

22 HERNANDO, J., El canvi feudal, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

23 Ver nota anterior.

24 DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

25 HERNANDO, J., El canvi feudal, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

26 PIRENNE, H., Las ciudades medievales, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

27 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

28 DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

29 Ver Nota anterior.

30 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

31 PIRENNE, H., Las ciudades medievales, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

32 JULIÀ, J.R., La renovació del comerç i el resorgiment de la vida urbana, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

33 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

34 Ver Nota anterior.

35 JEHEL, G. y RACINET, P., La ciudad medieval. Del Occidente cristiano al Oriente musulmán (siglos V-XV), Ed. Omega, Barcelona, 1999.

36 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

37 DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

38 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

39 JULIÀ, J.R., La renovació del comerç i el resorgiment de la vida urbana, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

40 DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

41 ASENJO, M., Las ciudades en el Occidente Medieval, Arco Libros, Madrid, 1996.

43 SARASA, E., Las claves de las crisis en la Baja Edad Media, Planeta, Barcelona, 1991.

44 JULIÀ, J.R., La crisis de la baixa Edad Mitjana, en Gran Història Universal, Ed. 62, Barcelona, 2000.

45 PÉREZ, M.A., Las claves de la Historia Renacentista, Ed. Planeta, Barcelona, 1991.

46 Ver Nota anterior.

47 Ver Nota anterior

51 HILTON, R., Les ciutats medievals, L'Avenç, Barcelona, 1989.

52 Ver Nota anterior.

53 Ver Nota anterior.

54 Ver Nota anterior.

55 Ver Nota anterior.

56 Ver Nota anterior.

57 PIRENNE, H., Las ciudades medievales, Alianza Editorial, Madrid, 2005.

58 HILTON, R., Les ciutats medievals, L'Avenç, Barcelona, 1989.

59 DUTOUR, T., La ciudad medieval. Orígenes y triunfo de la Europa urbana, Paidós, Barcelona, 2004.

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