Marco Tulio Cicerón, “Discursos contra Catilina (I)”
“Obras selectas de Cicerón”
Ed. Edimat, Madrid, 2004, págs. 45-59.
Traducción de Javier Cabrero Piquero.

Oratio in Catilinam Prima in Senatu Habita:

Cuando el Cónsul Cicerón pronuncia en el Senado de Roma este su primer discurso contra Catilina el 8 de noviembre del año 63 a.C., se han producido dos hechos que de una manera indirecta influirán fuertemente sobre la obra y la vida de Cicerón. Por un lado, Julio César continúa desarrollando su carrera política (ese año ha sido nombrado Pontifex Maximus) con la que Cicerón deberá contemporizar en diferentes ocasiones. Por otro lado, también ese año nace Cayo Octavio Turino, que será adoptado por Julio César en su testamento, pasando a llamarse Cayo Julio César Octaviano, y posteriormente (a partir del 27 a.C.) simplemente “Augusto” por concesión del Senado. A la larga, Augusto tendrá su papel en la muerte de Cicerón...

El convulso entorno político del Siglo I a.C en el que vive Cicerón (Arpino, 106 a.C. - Formia, 43 a.C.) se entrelaza con su vida, y también con su muerte, pudiendo seguirse con cierta facilidad a partir de sus discursos, de contenido político sobre todo. Inicialmente, y muy probablemente influido por su origen, toma partido por los populares frente a los optimates, pero poco a poco se aproxima más a las ideas de estos últimos. Los discursos contra Catilina le conducen, unos años después, al exilio en Dirraquio. Su oposición inicial al Primer Triunvirato (Craso, Pompeyo, César) cambia tras ese exilio, pasando a defenderlo. Cuando estalla la guerra civil entre Pompeyo y César, Cicerón toma partido por el perdedor, pero César intenta atraerlo a su esfera de influencia y poder, permitiendo que Cicerón pueda dedicarse un largo período de su vida a escribir el grueso de su obra. Muerto César, Cicerón se mueve entre el apoyo al Senado (aunque también a Octaviano, quizás por ser el heredero de César...) y la oposición a Marco Antonio, plasmada en su obra “Philippicae”, catorce discursos contra Marco Antonio que cerrarían su obra y su vida. Efectivamente, poco después de esos duros discursos, Marco Antonio y Octaviano se reconcilian -en cierta manera, era inevitable en ese momento- y forman, junto con Lépido, el Segundo Triunvirato. Cicerón ya no es más que otro de los muchos proscritos por Marco Antonio, y a finales del año 43 a.C. es asesinado en su finca de Formia, y las manos que escribieron las Catilinarias y las Filípicas (la primera y la última del núcleo de su obra) junto con la cabeza que las pensaron y las declamaron quedaron expuestas en los rostra del Foro. Sic transit gloria mundi...

La obra que nos ha llegado de Cicerón (incompleta, pero aún así, muy extensa) puede clasificarse en cuatro grandes apartados: las cartas -personales o no-, las obras sobre oratoria -actividad clave en la vida de Cicerón-, las obras sobre filosofía -las más tardías- y los discursos -esencialmente, políticos-. La primera Catilinaria que nos ocupa es un discurso, así que, aunque tengamos su texto completo, nos falta algo esencial para su completo entendimiento, como es la irrecuperable manera con la que Cicerón declamó ese discurso. El tono de voz, la fuerza de la misma, la gestualidad, la teatralidad de la expresión corporal... podemos suponerlas, pero no disfrutarlas. Además, hay que tener en cuenta que muchos de los discursos se publicaron por escrito un tiempo después de su pronunciación, lo que origina retoques, añadidos,... que muy probablemente fueran bastante significativos. Las Catilinarias sufrieron ese proceso, y ello provocó no pocas dudas entre sus estudiosos modernos.

¿Cómo se gesta este discurso de Cicerón? Catilina (praetor en el 68 a.C., gobernador en África en el 67a.C.) supo cristalizar el descontento existente entre las clases más populares, esencialmente debido a las dificultades económicas que la guerra de Pompeyo contra Mitrídates originó. Un primer intento de conspiración protagonizado por Catilina en el 65 a.C. se salda con un fracaso sin más consecuencias. Se repite el intento en el 63 a.C., pretendiendo Catilina acceder al poder consular, previo asesinato de Cicerón, pero este descubre el plan de Catilina, lo comunica al Senado mediante sus cuatro discursos de las Catilinarias, y logra que Catilina sea desterrado de Roma, muriendo posteriormente en un enfrentamiento armado intentando encender de todas manera la revuelta, ya sin demasiado futuro.

El primer discurso sobre esta conspiración de Catilina que pronuncia Cicerón en el Senado es inusualmente breve, y rompe así un tanto con los usos de la oratoria. Así, no cabe hablar en él de la primera parte habitual -el exordium- en el sentido que solía tener de ganarse la benevolencia del auditorio. De hecho, en los capítulos I y II, Cicerón no se preocupa de captar esa benevolencia del Senado, sino que se dedica más bien a fijar su atención basándose exclusivamente en los hechos conocidos. La notoriedad e importancia de lo que va a tratar no necesitan que Cicerón se dirija inicialmente al Senado, y por ello, en el famosísimo arranque del Cap. I se hace directamente una interpelación pública a Catilina, que ha asistido a la sesión, reprochándole sus proyectos sediciosos. Y en el Cap. II hace Cicerón una declaración de principios jurídicos, diciendo que todo debe hacerse en el marco de la legalidad y con plena publicidad: “...yo he obrado de acuerdo con la ley...” (II, 5)

Tras esa introducción, el discurso entra en materia, y la parte de la narratio se dedica a argumentar qué ha sucedido. En una primera parte [III - X], explica la complicidad de Catilina y Cayo Manlio, las reuniones preparatorias llevadas en secreto, los planes para incendiar parte de Roma, la contratación de los que asesinarían al propio Cicerón... y para facilitar una solución rápida y, sobre todo, eficaz, al conflicto, le conmina a salir de Roma (V, 13) Insiste Cicerón en los delitos que Catilina planeaba, le reprocha incluso los problemas que tiene en su vida privada, le echa en cara los delitos pasados cometidos, y le argumenta de todas las maneras posibles que lo mejor es que abandone Roma. A partir del Cap. XI, Cicerón ya no se dirige directamente a Catilina, como antes, sino que lo hace a los Senadores. Justifica ante ellos su opinión de que el abandono de Roma por Catilina es preferible a su muerte, ya que así se pondrá de manifiesto la realidad de la conspiración, que podrá ser enfrentada a la luz del día, mientras que la muerte de Catilina sólo retrasaría la solución real del problema.

Al final del discurso, en la recopilación de la peroratio, Cicerón resume su propuesta (que sabemos fue aceptada) diciendo que “...deben irse los culpables; se deben separar los honestos... (XIII, 32) y acaba invocando la ayuda de Júpiter para defender Roma y para castigar a los “...enemigos de la patria...” (XIII, 33)

Desde un punto de vista formal, podemos decir que nos encontramos ante un discurso de género deliberativo (o político, genus deliberativum), con una mezcla de especies (suasoria, vituperadora, acusatoria) y es realmente una lástima que no podamos escucharlo. Pero, en cualquier caso, este discurso de Cicerón, que es continuado en los días siguientes cuando Catilina ya ha salido de Roma, es con mucho el más vibrante de los cuatro, posiblemente por la situación de incertidumbre que aún se tenía sobre la actitud que adoptaría Catilina, abre la puerta de las grandes obras de Cicerón y llega a nosotros con una carga emotiva que suponemos imperecedera.

...cum tacent, clamant...” (Cicerón, Primera Catilinaria, VIII, 21)

(El Senado, callando, grita su acuerdo con Cicerón, condenando a Catilina)

José Carlos Vilches Peña, mayo de 2012, en Vielha.