Publius Vergilius Maro: “La Eneida. Libro IV”
“Virgilio: Obras completas. Edición bilingüe”
Ed. Cátedra, Col. Bibliotheca AVREA, Madrid, 2003, 49 de 1403 págs.
Traducción de Aurelio Espinosa Pòlit.

Cuando Virgilio (Mantua, 70 a.C.; Brindis, 19 a.C.) escribe La Eneida, el mundo occidental nucleado por Roma alrededor del Mare Nostrum está immerso en un proceso de cambio sin precedentes. Julio César y Augusto, coetáneos de Virgilio, son la bisagra y la llave de dicho cambio. Siete siglos después de su creación, Roma deja de ser republicana de facto (nunca dejará de serlo de iure) y en la figura del emperador cristaliza una acumulación de poder propia de un rey, aunque se mantienen las estructuras formales republicanas, vaciadas de contenido por Augusto.

Si no se puede hablar estrictamente de una obra “de encargo”, sí es cierto que Augusto se interesó vivamente en ella, tanto en su génesis como en su desarrollo, y fue parte activa en su publicación, muerto ya Virgilio. El interés de Augusto en La Eneida, como el del propio Virgilio, radica en la necesidad, o, al menos, en la conveniencia, de dotar a la nueva Roma que se está creando (y que no durará tanto como la Roma anterior...) de un imaginario que la legitime en la medida de lo posible. Además de sus valores literarios, La Eneida adquiere así una finalidad política y didáctica, y su público natural -en realidad, iba dirigida a todo el mundo- la aceptó y valoró positivamente desde su publicación.

En la cronología de las obras de Virgilio La Eneida es la última, pero no así en su importancia y repercusión. Evidentemente, Virgilio no parte de cero cuando narra la historia de Eneas (antecedentes en el fondo y en la forma pueden encontrase muchos: Homero, Hesíodo, Lucrecio, Catulo, Ennio...) pero es él el que eleva la literatura romana al nivel de sus modelos ideales griegos, y no sólo se iguala a ellos sino que llega a superarlos. La poesía que destila la obra es algo que va más allá de su intención política, y que la trasciende. La belleza de su obra (formalmente en verso, hexámetros dactílicos, con seis medidas de tres sílabas cada una) se fundamenta no sólo en cómo lo narra o en qué es lo que narra, sino que se sustenta en una visión humanista de su entorno, en una visión respetuosa hacia la naturaleza, hacia los hombres, hacia su historia... que va más allá de cualquier utilitarismo que quiera verse en su concepción como obra política y ética/moral. Género épico en estado puro, con un hálito de veracidad y convencimiento que nos la hace creíble entonces y ahora.

         En cierta manera, puede establecerse en La Eneida una separación entre los seis primeros libros (esencialmente, un viaje, al estilo de La Odisea) y los otros seis (hechos guerreros al estilo de La Ilíada). El Libro IV que nos ocupa está pues en la primera parte, y forma un importante capítulo en el viaje de Eneas desde Troya hasta Italia. En realidad, los libros anteriores ya contemplan a Eneas en Cartago (L.I, v.297; los Libros II y III son relatos dentro del relato principal, un flashback -analepsis- temprano) pero es en el L.IV en el que la relación de Dido, reina de Cartago, con Eneas alcanza su momento más personal, su clímax amoroso y su trágica separación.

El L.IV comienza con la confesión de Dido a su hermana Ana del amor que siente por Eneas; a partir del v.90 asistimos a las artes de Juno para unir a Dido y Eneas (intentando evitar que Eneas llegue a Italia), pero Jove envía a Mercurio (v.222) para recordar a Eneas su misión, y este acata la orden de continuar su viaje. Eneas no se atreve a plantearle la ruptura a Dido, pero en v.296 ella se da cuenta de lo que está pasando. Intenta convencer a Eneas (“miserere domus labentis” le dice en v.318) pero este se mantiene firme, obedeciendo a Jove, y le explica porqué debe irse. Dido se enfurece (v.362) y le hace toda clase de reproches, maldiciéndole (v.385) Eneas hace preparar la flota (v.397) y se mantiene inflexible ante un último intento de Ana, enviada por Dido para intentar evitar la partida (v.437) Ante lo inevitable, Dido decide darse muerte (v.450) y engañando a Ana para que la ayude con los preparativos del suicidio, se da muerte con la espada de Eneas (v. 663) que mientras tanto ya se ha hecho a la mar (v.580) y así acaba el L.IV, con Dido muerta y Eneas siguiendo su viaje, de momento otra vez hacia Sicilia.

No debe verse este episodio como un paréntesis en el viaje de Eneas, más o menos personal, más o menos “romántico” en el sentido trágico que aún tardará siglos en adquirir. Si Virgilio ha situado la acción de los cuatro primeros libros (un tercio de la obra) alrededor de Dido y Cartago, algo debería querer decirnos. Y entiendo que es lo mismo que se está diciendo en toda la obra, de manera más o menos clara, y que se pone de manifiesto también en el L.IV: La Eneida es la historia de un viaje impulsado por imperativos éticos/morales -de una peregrinación, por tanto- y la ruptura con Dido explicada en el L.IV no es más que una manifestación de esos imperativos, orientados a su empresa final romana.

En efecto, hemos citado antes La Odisea y La Ilíada como claros referentes de La Eneida. Sus protagonistas, el astuto Ulises, el iracundo Aquiles y Eneas -dejaré que sea el mismo el que se califique en el párrafo siguiente- forman una trilogía de héroes épicos, sin duda, pero en los que Eneas destaca por alguna cosa que le diferencia de los otros dos. Esa diferencia es la pietas, que complementa y orienta las otras virtudes heroicas (el valor de Aquiles, la inteligencia de Ulises) que Eneas, sin duda, tiene. En el L.IV leído, Eneas, justificándose ante Dido, califica de “justa” la búsqueda de un nuevo lugar para su gente errante, y antepone así su deber hacia los compañeros al propio interés de su relación con ella. Esa justificación la ahonda con referencias paternas y filiales (v.351-355), y a continuación tampoco le oculta el mensaje de Jove que Mercurio le ha llevado. No se va Eneas de Cartago por su propia voluntad, sino por su obediencia inquebrantable al hado, al sentido del deber, al imperativo de lo que -libremente- cree justo. Lo deja bien claro en el v.361: “Italiam non sponte sequor” , un perfecto resumen de qué hace y porqué lo hace.

Hay dos momentos en otros Libros que enmarcan lo expuesto y lo refuerzan. En L.I, v.378, Eneas dice a su divina madre, sin reconocerla: “Sum pius Aeneas”, que lo califica para el resto de la obra. Y en L.VI, v.460, cuando Eneas encuentra a Dido en su visita al Hades, le dice “inuitus, regina, tuo de litore cessi” insistiendo así en la idea de v.361, aunque sin conseguir el buscado perdón de Dido.

Y dado que al principio de este comentario se ha hablado de la dimensión política y didáctica de La Eneida, podemos cerrar el círculo comentando que en los versos en los que Dido maldice a los Troyanos (por ejemplo, el v.625: “exoriare aliquis nostris ex ossibus ultor) Virgilio está creando un motivo “explicativo” de la enemistad entre Roma y Cartago, plasmada en las Guerras Púnicas.

El Libro IV de La Eneida es pues una parte importante y representativa de la obra completa, que entiendo debe conocerse en su totalidad, dado que es, en opinión totalmente compartida, una de las obras maestras de la literatura de todos los tiempos.

"Cedite, Romani scriptores, cedite Graii; Nescio quid maius nascitur Iliade."
(Propercio, 47 a.C. - 15 a.C., hablando de La Eneida mientras se escribía)

José Carlos Vilches Peña. Vielha, marzo de 2012.