Autora: Clara Vilches Caubet
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Narración: Ella

 

ESPERA, SOLO QUIERO PREGUNTARTE: ¿POR QUÉ?

Llovía. Llovía a cántaros. Ella paseaba bajo la lluvia como si ya nada le importase. En realidad, ya nada le importaba. Andaba arrastrando los pies, mirando el suelo, sus pasos eran lentos y despreocupados. En la calle sólo había algún esporádico que corría para no mojarse, y nadie le prestaba atención. "Mejor -pensaba ella-. ¿Para qué hacerme caso, si nadie lo ha hecho desde hace tiempo?

Todo estaba perdido. Mojada por la lluvia y sus lágrimas, solo pensaba. Pensaba en su pasado y en su presente, pero a medida que lo hacía más se consumía. Pensaba qué podía haber hecho mal, en qué se había equivocado, en qué podía haber fallado. "¿Por qué todo es así? Podría ser como los demás -pensaba-.¿Por qué yo?¿Por qué me ha tocado a mi ser la diferente?"

No lo podía entender. ¿Qué había hecho ella para merecer eso?¿Cuál fue su error?¿Vivir, quizás? No, no podía ser, o ¿era la vida tan cruel?

Hacía meses que apenas hablaba, solo lloraba y pensaba. Y cuantas más vueltas le daba, menos lo entendía. Pensaba. Se lo guardaba todo para ella. No lo podía sacar, o quizás era que no sabia hacerlo. Cada día que vivía, más negro se volvía todo. Como en una guerra cada día perdía algo, pero jamás lo ganaba.

Veía imposible volver al mundo de los demás. "¿Volver dónde?¿A qué mundo si nunca había vivido allí?" Ella pensaba que siempre había vivido en otro mundo, que por un motivo o por otro estaba lejos de los demás, lejos del mundo en el que le hubiese gustado vivir y que quisiese o no era así y no podía hacer nada para cambiarlo. Lo pensaba, pero no lo creía. Algo sí que se podía hacer para arreglarlo, pero creía que era demasiado tarde. Así acabó encerrandose en ella y en su mundo.

 Al empezar el bachillerato, parecía una chica normal, hablabas con ella y era como cualquier otra adolescente. Simpática, buena estudiante, muy juerguista...Como casi todas. Pero era en conocerla que todo cambiaba. Te dabas cuenta que muchas veces la vida es injusta, quizás demasiado. Que eso no podía pasarle a alguien tan joven. Pero, por desgracia, pasa. Al finalizar el segundo curso fue cuando empezó a manifestar sus problemas. Quizá los tuviera desde siempre, pero como no se los había quitado de encima, como no había hablado de ello con nadie, llegó un momento que se sintió demasiado débil, demasiado cansada para guardárselo todo, pero a la vez tenía miedo a que nadie la entendiese. Tenía pocas amigas, pero las que tenia eran, probablemente, las mejores que se pueden tener. Pero ninguna iba con ella a clase. Una de su edad, iba a otro colegio, y las otras, ya mayores, trabajaban. Así que las veía poco. A veces le dolía, porque no estaba con ellas el tiempo que le hubiese gustado, y ellas parecían no darse cuenta de lo que le pasaba. A su mejor amiga le comentó algo, pero ésta se ponía a llorar y era todo como un circulo vicioso del que no podía salir, así que lo dejó por imposible. ¿Si no podía hablar con su mejor amiga, con quién lo haría? Con nadie. O con ella misma, si es que podía.

 Bajo la lluvia, ella continuaba llorando, pensando en todo aquello. Deseó morir. Jamás lo había deseado tanto. Alguna vez lo había pensado, pero nunca de esa manera. Ahora sí, sí que quería. Estaba segura. ¿Si no qué? No podía seguir viviendo, no de aquella manera. Pensó que quizás desapareciendo, el mundo ¡mejoraría y todo! Se equivocaba, pero no lo sabía. Solo sabía que no podía seguir viviendo así, con los demás. Era diferente y ya está. Se iría lejos, más lejos aún. Para siempre.

Llegó a casa, empapada y helada, y como pudo sacó las llaves. Ese insignificante ruido, de las llaves, chocando unas contra otras, la entristeció. Nunca más volvería a hacer eso mismo, nunca más volvería a abrir esa puerta con esas llaves. Se iba. Y donde iba no le hacían falta las llaves.

Justo pasar la puerta, subió como pudo por las escaleras, arrastrando pies y alma. Al llegar a la habitación, se tumbó en la cama, y con los ojos medio cerrados, vagamente oyó:

-¿Crees que si te vas todo se va arreglar? Por muy mal que ahora te vayan las cosas, si te vas para no volver, nunca podrás decir lo bien que estás, lo feliz que eres...

-¿Y tú que sabes? Lo paso muy mal! Y nunca podré ser feliz, aunque me quede. Pero tampoco me puede ir peor, sencillamente porque esto que me pasa es lo peor que me podría pasar. Me quiero ir y me iré. Tú no me lo prohibirás. Y después de todo lo que he vivido...

-Que es poco...

-De acuerdo, que es poco pero intenso y no muy agradable, no creo que la vida sea una felicidad en la que puedas decir: "Hoy soy feliz".

-Has vivido poco....No te ha dado tiempo a decirlo.

-¿Es que me han dado la oportunidad? Porque, si es así, yo no la he visto. ¿O la tenia que buscar? Tampoco la he encontrado.

-¿Te importa escucharme? Estoy de acuerdo contigo que las cosas no te han ido muy bien...

-¡Muy bien, dice!¡Qué poco sabes de mi! No me han ido nada bien, nada bien, que lo sepas.

-No chilles, por favor. No te han ido bien, por ahora. ¿Sabes tú si mañana cambiarán las cosas? ¡No!

-¿A caso lo sabes tú y no me lo quieres decir?

-No, solo intento hacerte ver que por muy mal que ahora te vayan las cosas, nunca sabes si al día siguiente cambiarán; sólo lo sabes si vives.

-Vivir. ¡Qué manía tenéis todos! Lógico, a todos os va tan bien...

-A mi no, que lo sepas. Yo no sé que es la vida, y eso que me he perdido.

-Entonces... ¿por qué quieres convencerme para que viva si tú ni siquiera sabes qué es?

-Para que vivas todo eso que yo no he podido.

-¿De verdad? ¿Haces con todos esto de no dejarles morir?

-No, con casi todos. Me cuesta mucho. La mayoría no quieren escuchar, y se van. Contigo no sé si me funcionará, pero lo intentaré hasta el imposible.

-¿Y por qué? Déjalo por imposible, y déjame morir tranquila.

-¿Morirás tranquila pensando en todas las cosas que te quedan por saber, por descubrir?

-¡Pero si todo es igual!

-¿Podrías irte sabiendo que a tus padres, a tus amigas, se les caería el mundo al suelo? Ellos te quieren.

-...

Ella había empezado a llorar. Sabía que esa que le hablaba, fuese quien fuese, tenía razón. No se podía ir, dejando tantas cosas, por malas que fuesen, eran parte de su vida.

-Venga, no llores. Lo sabes. Ellos te quieren, no te puedes ir ahora. Te quedan un montón de cosas por vivir, descubrir, sentir... De momento tienes que luchar. Tienes que ser fuerte.

-...Me quedo. Quien sabe si hago bien, pero me quedo.

-¿Estás segura?

-¿Ahora me preguntas si estoy segura? Me clavas un rollo y ¿ahora propones que me vaya?

-No, solo me quería asegurar. Y estoy segura, segurísima que las cosas te irán mejor de lo que te esperas...

-De momento, yo no espero nada, solo que todo siga igual. Igual de mal.

-¡No lo digas más! Y escucha una cosa: "Vive bien el presente, por que así, en el futuro tendrás un bonito pasado."

-Gracias. Gracias por haberme ayudado.

-Nunca estaré tan lejos que no me puedas recordar.

-¿Qué quieres decir?

-Nada. Adiós.

Nunca estaré tan lejos que no me puedas recordar... Se despertó pensando en aquellas palabras. ¿Qué quería haber dicho con eso? Había dormido mucho, pero todavía no había nadie en casa. Estaba animada, nunca se había sentido así. Pensó:

"-¿Quién no se siente animado después de haber hablado con la muerte? ¿Quién no es feliz después de haber pisado su territorio, después de haber estado a sus puertas?

Feliz. Por una vez en la vida era feliz. Y le pareció que aquel era el principio de una buena amistad con su vida...

Y fue así como decidió que haría todo lo posible para que las cosas cambiasen y le fuesen un poco mejor. Pero, por más que quisiese, le iba costar. La vida es un camino del que cada día recorres un trozo, y no te permite volver atrás, y cambiar no le resultaría fácil y esos recuerdos, de aquella mala época, ahí quedarían. En su memoria, esperando que no fuesen desenterrados, pero que, inevitablemente, algún día volverían. Le harían recordar sus días de soledad, de amargura, de miedo, su amor hacia la muerte...

Y no sé como fue, ni porqué, no sé si fue premeditado o casualidad, pero yo estaba con ella durante un bajón. En ese momento que le dio por recordar cosas del pasado, de ese pasado oscuro y negro, que le daba miedo, horror, pánico, yo estaba con ella.

Sí, podía haber superado casi todos sus problemas, las cosas le iban mejor, pero no había aprendido a no tener miedo a ese pasado. Se asustaba con la idea que le pudiese volver a pasar lo mismo.

Recuerdo que estabamos en la playa. Era al atardecer, y soplaba un viento frío, que te helaba las palabras. Estabamos sentadas en el suelo, húmedo y frío. Ella hablaba con miedo, con la voz temblorosa, entrecortada. Yo, la escuchaba, pero no dije nada. Cuando acabó con su relato, me dediqué a quedarme ahí, a su la do, callada, sin decir nada. Lloraba y yo sin saber qué hacer, con la vista perdida en algún punto del mar, sorprendida y a la vez asustada por lo que había oído. Lo que más me preocupaba era que yo no podía hacer nada para ayudarla, aunque luego me di cuenta que no, que podía hacer mucho para ayudarla. A mi manera, pero lo hacía.

Ese día de la playa hacía poco que nos conocíamos, no debía hacer más de una semana.

Los primeros días, habíamos hablado poco. Lo suficiente como para no conocernos demasiado. Me acuerdo que una de las primeras tardes, nos reímos mucho, a más no poder, y poco a poco nos fuimos conociendo y haciendo amigas. El día de la playa, cuando ella se encontró mal, atacada por los recuerdos, yo estaba con ella, compartiendo ese silencio que a ella tanto le aburría, tan conocido. No sabia porqué, pero le aburría. Al principio le tenía miedo, ahora ni lo más mínimo. Es como si ya se hubiese acostumbrado a callar y llorar. Me atrevería a decir que ella había aprendido a llorar en silencio, sin lágrimas, sin que nadie la viese. Ese día todo fue raro...: Ella, contándome sus cosas cuando casi no nos conocíamos, cosas que se te quedan para siempre, y creo que a mi me duraran toda la vida, cosas que te hielan; ella llorando, pensando quizás que yo entendía lo que decía, y no era así: me limitaba a estar ahí con ella. Sí, entendía que hay cosas que te destrozan la vida. No es para menos cuando una amiga te dice que no sirves para nada, que puedes dejar todo porque total ¿para qué? Si después no vas a poder hacer la carrera que tú quieres...Eso te deja hecho polvo. No sabes si que pensar. ¿Qué haces? ¿Sigues o lo dejas todo? Ella quería estudiar arquitectura, pero ¿y si era verdad que lo que decía su amiga?¿Y si era verdad que no valía para nada? No, ella quería hacer eso, y lo haría. Pero esas palabras le producían pesadillas, le preocupaban, le agobiaban...

En la playa, ella me contó más cosas, más preocupaciones, más de su vida. Me caía bien. Y después de todo lo que me había contado, pensé que seríamos más amigas, pero nunca, nunca, imaginé que llegaríamos tan lejos. Y todavía asustada y sorprendida, pero a la vez contenta por haber querido confiar en mí para contarme cosas tan personales, lo único que se me ocurrió decirle fue:

-Gracias por confiar en mí. Sólo puedo decirte que tienes que ser fuerte, que tu puedes hacer eso y mucho más. Ya verás. Pero tienes que ser fuerte...

A ella le resbalaron unas lágrimas, me quería decir algo, pero no podía, esas lágrimas le impedían hablar. Con la media sonrisa que apareció en su rostro me lo dijo todo.

Era tarde, tenía que coger el tren, y aunque sabía que la iba a ver el día siguiente, quería estar más ahñi, quería continuar hablando con ella o simplemente estar a su lado, pero se me hacía tarde. Me despedí, y corrí por toda la playa hasta la estación. Un vez allí, me di cuenta que una frías lágrimas resbalaban por mis mejillas, no lo podía evitar. Lloraba, y exactamente no sabía por qué. ¿Por ella, quizás? Probablemente así fuera. Durante el corto viaje, estuve pensando en esa tarde, en ella y en sus palabras de dolor  y tristeza. Y volví a llorar. Apoyada en la ventana de ese vagón lloraba por alguien que apenas conocía, pero que, aún y así, había confiado en mí, por alguien que quería. Llegué a casa, y sin decir nada a la familia ni a  mi compañera de habitación, la italiana, me metí en la cama, con ganas que llegase el día siguiente.

Y llegó, claro. Me levanté, me preparé, cogí todas las cosas y fui al colegio, donde habíamos quedado. Ibamos de excursión a un sitio donde ya había estado pero me daba igual. Lo volvería a ver. AL principio las dos fuimos muy frías, como si nos avergonzásemos la una de la otra. Pero después pasó todo. Hablamos un montón de rato. De ella, de mí, de la tarde anterior, de las que vendrían. Estaba bien con ella, y ella bien conmigo. ¿Qué más podía pedir? Y además la veía mucho mas animada que en la playa.

Después de la excursión, quedamos donde siempre a la hora de seimpre. Y como siempre, llegué tarde. En mi familia solíamos cenar más bien tarde, a eso de la seis y media, y nunca me daba tiempo de coger el tren de y cuarto. Pero todos esperaban. ¡Tampoco era la única que llegaba tarde!

Y como ya era habitual en nuestras tardes, fuimos al puerto.. Un vez allí, ella me dio un sobre. Dentro, una carta. Me pidió (más bien me rogó) que no la leyese hasta llegar a casa. Me tentaba abrirla, pero aguanté hasta llegar a casa. El resto de la tarde fue como siempre: helarnos de frío hasta que decidíamos ir al McDonald's, a dar un paseo, o simplemente a no hacer nada. Así eran nuestras tardes: quedábamos todos, íbamos al puerto o a la playa, hablábamos, reíamos y cuando nos cansábamos o el frío podía con nosotros, nos íbamos.

Eran ya las diez menos cuarto, y en mi casa me esperaban. Cogí el tren de esa hora, y leí la carta. ¿Cuántas veces se puede llegar a leer una carta de dos hojas en diez minutos? Pues esas fueron las veces que la leí. Y decía así:

 "Dublín, sábado 7 de agosto de 1999.

 Hola;

Acabamos de llegar de la excursión y como todavía la cena no está lista, he decidido empezar a escribir esta carta, en la que me gustaría decir muchas cosas aunque no sé si podré, aún  así, lo intentaré.

Primero, me gustaría darte las gracias por estar ayer por la tarde durante el bajón; hablamos de tantas cosas... Significó mucho para mí, de verdad. Hay muy poca gente como tu en el mundo que me escuche, que me aconseje o que simplemente comparta mi silencio.

Misteriosamente, y sin saber como, ayer apareciste tú, alguien a quien conocía de solo una semana, y que sin dudarlo me trató como si me conociese de toda la vida; me sorprendió, por supuesto que para bien...(...)"

 

La carta seguía algo más, pero me quedé con esas palabras.

Nos estábamos encariñando demasiado y solo nos quedaban 18 días juntas. Después nos separaríamos, cada una se iría a su sitio, ella a Madrid y yo aquí. Era triste, pero decidimos que no pensaríamos en el último día hasta la hora de decirnos adiós.

Después de leer y releer la carta, la contesté. Fue una carta larga, donde le contaba que a mi me gustaba ayudar a la gente, que no siempre es fácil, porque hay gente muy egoísta que te da la espalda, hay unos que no te quieren escuchar y te dicen que le dejes en paz... y que lo de la tarde anterior no había sido ninguna molestia, al contrario, me había gustado. También le di las gracias por confiar en mí y por contármelo todo sin ningún miedo.

Y después de esas dos cartas, vinieron más. Hasta el último día. Cada carta era una expresión de sentimientos, que preferíamos y nos gustaba más decirlo por carta. Los demás lo veían una tontería. Las cartas se escriben después del verano, cuando ya no ves a la gente, pero nosotras no les hacíamos caso.

La tercera carta, que contestaba a la mía, decía:

"Dublín, domingo 8 de agosto de 1999.

Hola;

(...)...Te tengo que decir que no tienes que darme las gracias por nada, soy yo la que te las tengo que dar, primero por haberte portado tan bien conmigo, segundo por ser tan buena y tercero por esa carta que ha sido leída demasiado deprisa para evitar las lágrimas de la emoción, esas lágrimas que no he podido evitar al releer la carta.(...)

Mi problema es que hace tanto tiempo que no me río que tengo miedo de no saber como se hace. (...)"

Y así hasta finales de agosto. Todos los días, o casi todos, nos escribíamos cartas, Cartas tristes y alegres. Había de todo. Pero, detrás de todas ellas, se escondía el miedo al último día, al momento en que yo cogiese las maletas y me fuese lejos, lejos de ahí, lejos de ella. Un día, después de clase, hablamos de eso. Nos daba tanta pena y miedo, que nos pusimos a llorar. Es que, ¿hasta que punto puedes llegar a querer a una amiga? No sé, pero supongo que una vez tienes confianza, estás bien con una persona, ríes, lloras, hablas y te entiendes, ese punto no existe. Es invisible.

Recuerdo, que los últimos días, casi no hablábamos. Supongo que todavía no habíamos asimilado que nos quedaban tres días juntas, y teníamos miedo a ese adiós, un adiós que no sabríamos si tendría continuación.

El último día, martes 25 de agosto, fue una despedida especial de las dos. Nos íbamos es a misma noche, a las once teníamos que estar en el colegio, y por la tarde quedamos a la siete y media donde siempre, cogimos el tren y fuimos a la playa de Killiney. A nuestra playa. Las playa donde nos habíamos conocido. Nos sentamos en la arena, que más que arena eran piedras, incómodas y frías, y mirando al cielo, estuvimos largo tiempo contemplando las estrellas. Seria la última vez que las veríamos juntas, y las dos lo sabíamos, y era pensarlo e instantaneamente, estábamos las dos llorando. Casi no hablamos, estábamos demasiado preocupadas en que pasaría después, y que pasaría al día siguiente, y que pasaría quien sabe cuando, que no podíamos ni hablar. Nos fuimos a casa a recogerlo todo, nos veríamos después.

En mi habitación, con todo recogido, sin nada en esa mesa, en la que yo había escrito tantas cosas, tantas cartas, con las camas deshechas, porque mi gran compañera de habitación ya se había ido el lunes a Italia, con la inmensa maleta en el suelo, todo desnudo, era triste, le faltaba vida, color. No estaba la italiana y la habitación perdía mucho. Tantas fueron las tardes y noches que hablamos hasta quedar dormidas...¡Era tan alegre! Siempre hablando, siempre con la sonrisa en el rostro, con es cara de no haber roto nunca un plato... Y su falta se notaba. Si ella hubiese estado en ese momento, yo no me habría puesto a llorar como hice.

Cogí el fajote de cartas que me había enviado esa chica traicionada por la vida de la que me había hecho tan amiga, a la que tanto quería, y quiero. Leí todas las cartas, y como es evidente, lloré. Lloré mucho.

"(..)No me quiero separar de ti. Quiero chillar, llorar, insultar, pero sé que no funcionará. Ahora sin ti, mi vida no va a ser lo mismo, me va a faltar un trozo de mí y no quiero...(...)"

Ella decía que todo el mes, con mis palabras, la había ayudado mucho, que su vida había hecho un cambio, que me lo debía todo. Yo también. Tenía una amiga que me quería, que confiaba en mi, que estaba conmigo cuando yo no quería ver la realidad de la vida. También estaba yo con ella durante sus malos ratos. Estaba con ella cuando ella no quería estar con nadie. Estábamos hechas la una para la otra.

Faltaban cinco minutos para las once, y el padre de la familia me llamó. Nos íbamos. Me iba. Adiós, adiós a todos.

Al llegar al colegio, todo era un mar. Un mar de lágrimas que nos caían a todos. Que les caían a todos. Parecía ser que yo ya me había sacado de encima los ganas de llorar. Tenía, pero no podía. Parecía que era la más feliz de todos. Mentira. Era la más triste, pero no lloraba. Ya hacía rato que lo había hecho.

La vi. Debía hacer horas que lloraba, tenía los ojos rojos, y la cara también. Me vio. Me abrazó, pero yo ni me inmuté. Estaba en otro sitio. En otra órbita. Me preguntó si me quería ir de allí, de ese país, al que le dábamos las gracias por haber hecho que nos conociésemos, de ese lugar donde habíamos vivido tantas cosas, tantas y tantas mañanas y tardes, juntos, todos, riendo, llorando, hablando, conociéndonos, divirtiéndonos... Le dije que no. No me quería ir por nada del mundo, pero había que hacerlo. Esa no era nuestra casa. Ahí no estaban nuestras familias. No me quería ir, pero a la vez sentía que no quería estar más allí. Quería volver al Valle pero ¿por qué? No sé. Estaba muy bien con todos, me lo pasaba muy bien, pero había algo que me decía que tenía que volver.

Las once y media. Todos en el bus. Todos llorando. Yo no. Tampoco hablaba. Estaba pensando en esas cuatro semanas en Irlanda. Demasiados recuerdos. Muchas experiencias. Muchos amigos, que ahora dejaba atrás, y quien sabe si el año que viene nos volveremos a ver. Demasiados recuerdos.... ¿Cuántas tardes las habíamos pasado juntos? ¿Cuántas cosas nos habíamos llegado a contar? Recordaba el día que nos conocimos, las tardes en la playa, cuando nos bañamos en el Atlántico con una niebla que apenas nos permitía vernos los pies, las clases, las comidas, los jueves que había discoteca, la italiana, la familia, el día del karaoke, todos los amigos, ella, los días que íbamos al centro a comprar y a pasear, el tren, el último día en la playa ella y yo...Todo. Demasiados recuerdos. Fuera llovía. Para variar. Era el país de la lluvia. Lluvia que caía puntualmente cada día, y que más de una vez nos había sorprendido... Llegábamos. Nos quedaban pocas horas juntos. Una vez estuviésemos en Madrid, cada uno se iría a su ciudad o pueblo... No podía pero tenía que llorar. Algo me decía que no lo hiciese. ¿El qué? No se me ocurría una explicación. La encontré, al cabo de los días: no quería, no podía llorar delante de la persona que quería (quiero) pero que, a la vez le decía que tenía que ser fuerte. No podía. Era completamente psicológico, pero no podía hacerlo.

Una vez facturadas las maletas, parecía que estuviésemos todos más tranquilos. El avión llevaba una hora de retraso, una hora que para nosotros significaba mucho, demasiado. Muchos de nosotros se quedaron hablando, cambiando direcciones... otros, dormían esperando que llegase la hora. Ni ella ni yo pertenecíamos a ninguno de esos grupos. Estábamos en otro planeta. Demasiado dolidas como para decir nada. Demasiado tristes como para reír.

Nos llamaron. Eran más de las tres. Ya era miércoles. Un miércoles fatal, que a todos nos hacía daño, nadie quería irse. Todos nos queríamos quedar. Pero lo que es bueno no es eterno....

En el avión yo dormí prácticamente todo el viaje. Los demás si no dormían lo parecía, en el avión había un silencio que daba miedo, sólo oías el sordo ruido de los motores y a las pobres (y pesadas) azafatas preguntando si querías algo más con esa sonrisa tan falsa. Si te paseabas podías ver que, los que no dormían, estaban abrazados a algo que le podríamos llamar cojín, con los ojos rojos y llenos de lágrimas, con la mirada perdida, y sin entender el porqué de las cosas.

Quedaban diez minutos para llegar a la capital. Ya nadie dormía, pero el silencio todavía duraba. Las lágrimas también, quizá había más y todo. Llegábamos al final de ese gran verano. ¿Por qué? Nos preguntábamos todos, y aún sabiendo la respuesta, no queríamos ver la realidad. Habíamos hecho tan buenas amistades que era un delito que nos las quitasen así, de repente, sin anestesia ni nada. Nos separaría un adiós y, a mí de los demás, más de 700 kilómetros. Sabíamos que algún dia se tenía que acabar. Pero, ¡¿por qué?! Esta pregunta lloraba en mi cabeza. Miré hacia atrás. Todos debían estar pensando lo mismo, todos con la misma cara de odio. Quizás se arrepentían de haber ido y después separarse así, de aquella manera.... Pero todos, todos, teníamos un buen motivo: la amistad.

-Madrid, siete y media de la mañana del miércoles 26 de agosto  de 1999.

Ya estamos en España. Estamos recogiendo nuestro equipaje. Ahora ya no hay sitio para las risas y comentarios graciosos. Nada. Todo se acaba. Ya no podemos volver atrás. Ya no nos quedaba nada más que volver cada uno a su casa, se nos habían acabado los momentos juntos. Nunca volvería a ser los mismo. Quizás puedzs volver el año que viene, pero ya nunca, nunca, volverá a ser lo mismo. Imposible. Nadie reía. Todo eran llantos. Hay gente que no entiende estas situaciones. "¿Por qué lloras si te puedes escribir, llamar por teléfono, y puedes volver el año que viene? ¿Para qué llorar?Tonterías, todo son tonterías." No, es de todo menos tonterías. Después de un tiempo de convivir con una persona, con un grupo, donde disfrutas, ríes, lloras, hablas, callas... cuando haces de todo con este grupo, cuando coges confianza, cuando ves que tienes un montón de buenos amigos, y que después te tienes que separar, irte lejos de ellos, te das cuenta que no son tonterías.

-Madrid, ocho menos cinco de la mañana del miércoles 26 de agosto de 1999.

Me voy. El avión despega de aquí en tres cuartos de hora. ¿Por qué? Yo no me quiero ir. Quiero quedarme, aquí o allí, pero con ella. Dejadme. Ella está llorando. Yo no. Me mira y sin hablar me pregunta que porqué no lloro. Me caen una lágrimas, saladas como agua de mar, y le digo que ya no podía aguantar mas. Si no lloraba, moría. Nos abrazamos, y durante esos minutos, me pregunto si la vida tiene sentido alguno y encuentro la respuesta: no. Me llaman. Llegamos tarde. Ella me coge tan fuerte del brazo que me hace daño. Yo tampoco me quiero ir, pero ahora ya no podemos hacer nada. Lloramos, lloramos, lloramos. Y entre lágrimas y con un hilillo de voz, digo:

- Odio este momento tanto o más que tu. Nos vemos pronto.

Así habíamos quedado: no diríamos adiós, diríamos hasta luego o lo que fuese, pero el adiós estaba prohibido, era algo demasiado triste de pronunciar.

Ella estaba sentada en el suelo, y no puede evitar un ¡No! que resuena en todo Barajas, cuando ve que me voy. Y sale detrás mío, corriendo y llamándome:

- Por favor, me voy a morir sin ti ¿lo sabes? Vuelve, vuelve...

- Quisiera, pero no puedo. Lo sabes mamá. Besos. Escríbeme.

- No entiendo porqué pero no puedo hacer nada. Todo tiene un fin. Parece que se ha calmado. Se ha dado cuenta que las cosas son así y ya está.

Nos abrazamos por enésima y última vez, y puedo notar su cara húmeda, y puedo oírla suspirar. Me llaman por última vez. Nos separamos, yo paso la puerta dirección Puente Aereo Madrid-Barcelona, y a ella la tienen que coger para que no se venga detrás.

Ya estoy en Barcelona. El viaje ha sido horrible. No he llorado más pero estoy destrozada. Jamás hubiese dicho que tendría una amiga sí. Ahora solo me quedan los recuerdos y, por supuesto, todas sus cartas. Diez en total. Me he dedicado a leerla una por una. Jo, ¡qué días!

Todavía me tengo que quedar unos días en Barcelona y , la verdad es que no me apetece mucho, estoy cansada y quiero llegar a casa. Ya que no puedo volver atrás quiero acabar el viaje de una maldita vez, y cuanto antes mejor. Y como tampoco tengo nada mejor que hacer, empiezo a cumplir la promesa que nos hemos hecho: escribirnos y llamarnos cada quince días.

¡Por fin! Estoy en casa, en Vielha, con mis cosas, pero también echo de menos los buenos días (todos) de Irlanda, pero sobretodo a ella. Echo de menos sus palabras, sus consejos y, por qué no, sus lágrimas y risas. Solo llegar he ido a correos, y sí, hay carta suya. Es muy triste, pero hay algo que me gusta... Es un pequeño escrito, sobre mí. Siempre le había gustado escribir, y ahora lo hacía de mí...

ELLA

Un "hasta pronto" fue suficiente, acabó todo, ella se aleja, se aleja, se alejó y cuando quiero recordar, es tarde, ya no está, no, no a mi lado, no está aquí, está lejos, lejos, muy lejos pero... la necesito, tengo que conformarme a esperar su llamada o su carta (esa tan deseada).

No puedo, no puede ser cierto, yo l a necesito, la necesito ahora más que nunca ¿Por qué me la quitan  ahora? No se dan cuenta pero me quitan mi vida. ¿Quién me dice que le destino nos volverá a juntar? NADIE. Y yo sigo, aquí, sola, echándola tanto de menos que ya no puedo recordar si quiera quien soy si ella no está mi lado.

A ti, por darme tanto en tan poco tiempo

Ya hace más de dos semanas que nos separamos, y se supera. Muchas (demasiadas) veces pienso en todos esos días, tan felices, tantos amigos, ella. Todavía no entiendo como nos podemos querer tanto, ella es más mayor, tiene ideas diferentes, pero nos llevamos muy bien. Espero que dure, aunque la amistad no es algo que entra por una puerta y se va por otra. No, se queda, pero nosotras tenemos 700 kilómetros en medio, y eso es difícil, pero en este caso, nuestra amistad puede con todo. Con la distancia también. ¿Si no qué? No podemos hacerle nada, la vida es así, guste o no. Me he dado cuenta que la vida es injusta, quizás ya era antes (seguro), pero yo siempre había vivido con los ojos cerrados. ¿Por qué te hace ver que todo te va de maravilla, que eres feliz y después te separa de las cosas que más quieres o te destroza la vida? ¿Por qué? Es algo que nadie sabe, solo te dicen que es lo que hay, que no se puede hacer nada, ¿y qué? Empiezo a pensar que todos aquellos que dicen que son felices  o viven en otro mundo y no quieren ver la realidad, o son unos mentirosos. Es como eso de "la vida es como una rosa...con espinas." Se puede ser feliz durante un tiempo, pero cuando menos te lo esperas, te joden y eres la persona más triste. ¿Por qué? Quien sabe, y quien sabe si lo llegaremos a saber algún día.

Ahora tengo que resignarme a esperar su carta o su llamada, pero no es lo mismo. Quizás el año que viene nos volvemos a  ver, en esa playa, es ese país, pero hasta que eso llegue hay que esperar. Parece ser que en esta vida te haces un  hartón de esperar. Pero si vale la pena...

Sí, y como dice ella, la mejor despedida es la promesa del reencuentro...

P.D.: Hoy, 7 de diciembre de 1999, he recibido una carta suya, dónde me dice que sus oscuros días ya son historia.

QUERIDA TRISTEZA:

Querida tristeza, no te temo, no te temo porque no te tengo. Sé que estás ahí acechando de nuevo, intentando volver a formar parte de mí, pero yo, ahora sí, consciente de mis actos, te cierro la entrada.

Está fuera de mi vida, fuera de mi, simplemente ahí, luchando por volver a vencerme, pero no, esta vez la victoria será mía, porque tu eterna enemiga, la felicidad, me ha dotado la fuerza suficiente para vencerte en esta nueva batalla, mi orgullo ha podido y mis ganas de vivir, de luchar y de ser feliz superan siempre con entera elegancia tus vulgares ganas de vencerme.

La entera lucha que mantuvimos ha dejado de existir, sólo existe una frustrada y abstracta nube pasada que me hace olvidarte, pues aunque te cogí cariño y te acogí en mí, no eres de merecerme, ni siquiera a una débil parte de mi corazón, pues la felicidad ha llenado todo aquel vacío que tú, con tus malas intenciones, conseguiste en mi interior. Esta vez no, no conseguirás esa victoria tan deseada.

Esto es una prueba evidente que ella ha cambiado. Ya no es esa chica tímida y triste no, es una chica llena de vitalidad y con ganas de vivir. Ella me da las gracias, no sé porque exactamente, solo sé que he encontrado una amiga y que ella me ha encontrado a mi. ¿Hasta cuando? Hasta siempre.

Después de todo esto, me he dado cuenta de la importancia de la amistad, pero a la vez me he preguntado el porqué de tantas y tantas cosas, que quién sabe si algún día llegaré a saber su respuesta. De momento, espero y intento encontrarlas. Y me parece que después de pensarlo tanto, he encontrado la respuesta: porque si, porque es así y qué le vas a hacer.

 

Para Concha, con cariño.

 

 

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