1.La Orden del Císter. Sus Estatutos: el texto y el contexto.

Text a estudiar:

"Cap dels nostres monestirs ha d’ésser construït en les ciutats o al costat dels castells i vil.les, sinó en llocs apartats de la freqüentació humana. Una vestidura simple i de materia rústica, sense pell, camisa de lli, estamenya, tal, en fi, com ho descriu la Regla. L’alimentació dels monjos de la nostra Orde ha de procedir del treball manual, del cultiu de les terres, de la cria del bestiar. La nostra institució i la nostra Orde exclouen les esglèsies, els altars, les sepultures, els delmes del treball o de la ramaderia d’una altra persona, els pobles, els vilatans, els censos sobre terres, les rendes de forns i de molins i altres coses semblants contràries a la pobresa monástica."

Estatuts de l’Orde del Cister (any 1134)

Punts de reflexió:

  • Analitzar les causes de l’aparició de l’orde del Cister

  • Quines diferencies hi ha entre Cluny i el Cister?

  • Funcionament econòmic de les ‘granges’ del Cister

Bibliografía orientativa:

Bredero, A.H., Cluny et Cîteaux au douzième siècle: l'histoire d'une controverse monastique, Amsterdam, 1985.

Cantarella, G.M., I monaci di Cluny, Turín, 1993.

Mahn, J.B., L'Ordre cistercien et son gouvernement. Des origines au milieu du XIIIe siècle: 098-1265, París, 1951.

Pacaut, M., L'Ordre de Cluny (909-1789), París, 1986.

Pacaut, M., Les moines blancs. Histoire de l'Ordre de Citeaux, París, 1993.

Portela, E., La colonización cisterciense en Galicia, 1142-1250, Madrid, 1980.

Paul, J., La Iglesia y la cultura en Occidente (siglos IX al XIII), Barcelona: Labor, 1988, 2 vols.

Vauchez, A., la espiritualidad del Occidente Medieval (siglos VIII al XII), Madrid: Cátedra, 1985.

Weisbach, W., Reforma religiosa y arte medieval: la influencia de Cluny en el románico occidental, Madrid, 1949.



Estatutos de la Orden del Cister (año 1134)

Cis tertium lapidem miliarium...

Primera parte: El texto...

El corto texto que comentamos aquí se nos aparece con una datación y un origen concretos: escrito en el año 1134 de la era cristiana, contiene unos fragmentos de los Estatutos de la Orden del Cister.

Su tipología pues es evidente: se trata de un texto "normativo" (que no legislativo en sentido estricto), que, en forma de un Estatuto (del latín statuere, establecer) articulado en diferentes Capítulos, se escribió para determinar la Regla que regiría en esa fecha la recientemente creada orden del Cister. Es una traducción al catalán del texto original en latín, texto que se atribuye normalmente al tercer abad de la Abadía de Cîteaux, Esteban Harding, datando la primera compilación del año 1119. (El primer abad, Roberto, fundó dicha Abadía, y el segundo, Alberico, consiguió el reconocimiento por parte del Papa Pascual II de la nueva orden monástica)1.

El texto al que pertenecen los fragmentos que comentamos acostumbra a llamarse "Carta de Caridad"2. El texto conoció diferentes versiones (años 1119, 1134, 1145, 1152, 1182,...)3, pero lo esencial permaneció en todas ellas, como puede verse al compararlas.

Para hacer un resumen del contenido nos vemos constreñidos fuertemente por su brevedad, por lo que en vez de un resumen exponemos a continuación las cuatro ideas básicas que se identifican en el mismo, especificando su situación en el contexto de la Carta de Caridad.


El primer artículo del texto trata de dónde construir los monasterios: "Cap dels nostres monestirs ha d’ésser construït en les ciutats o al costat dels castells i vil.les, sinó en llocs apartats de la freqüentació humana." Encontramos este texto en la Carta de Caridad, Capítulo IX, Artículo 3º4. En ese mismo Capítulo se especifican otras características de la construcción de las abadías y monasterios cistercienses.

Referente a la cita con la que se inició este comentario, "Cis tertium lapidem miliarium", vemos que se relaciona con esta primera idea del texto que comentamos. Sus dos primeras sílabas, Cis-ter, se proponen por Lekai (1987:21)5, citado por Fuguet (1998:8)6, como la etimología más probable para el nombre del Cister. Su traducción, "al lado de la tercera piedra miliaria" nos habla de dónde se construyó la abadía de Cîteaux, lugar clave del Cister, en el camino entre Langres y Chalon-sur-Saône, en la gran región pantanosa y boscosa que se extendía –y se extiende- al sur de Dijon7, en la Borgoña francesa.


El segundo fragmento que se cita en el texto que comentamos nos habla del vestido de los monjes, "Una vestidura simple i de materia rústica, sense pell, camisa de lli, estamenya, tal, en fi, com ho descriu la Regla." Se encuentra en el Capítulo XI, Artículo 2º8 de la Carta de Caridad.

Cuando en el fragmento en cuestión se cita "la Regla" se está refiriendo, obviamente, a "La Regla"9 por antonomasia, la de San Benito10 de Nursia, marco programático e ideológico (al menos a nivel teórico) de tantas y tantas órdenes monásticas. San Benito es, sin duda, el primer motor del monacato occidental, desarrollado a partir del siglo V. Recoge, adaptándolas, las exigencias de austeridad y sobriedad de los primeros movimientos eremíticos surgidos en el Oriente Próximo, en Siria y Egipto esencialmente. La Regla de San Benito es el documento clave en la vida monacal europea durante toda la Edad Media, si bien se usó muchas veces por debajo de sus patrones de exigencia. Una de las reformas más importantes de la Regla benedictina fue la de Cluny, al principio del siglo IX, pero de ello hablaremos más adelante.


A continuación, el texto propuesto comenta de dónde debe proceder la alimentación de los monjes del Cister: "L’alimentació dels monjos de la nostra Orde ha de procedir del treball manual, del cultiu de les terres, de la cria del bestiar." En la Carta de Caridad encontramos este fragmento en el Capítulo XV, Artículo 2º11.

En dicho Artículo, además del texto que comentamos, aparecen algunas concreciones dignas de mención. La primera se refiere a los tipos de animales que pueden tenerse y que no pueden tenerse, distinguiendo claramente entre los de "utilidad" y los de "vanidad". La segunda hace referencia a la figura de los "conversos", que serán quienes realmente administrarán y llevarán adelante las tareas agrícolas de las granjas cistercienses. Es de notar que en la versión que se está manejando, esta figura del converso aparece aquí por primera vez en toda la Carta, aunque realmente las funciones de esta importante figura, novedosa totalmente en su época, se definen más adelante, a partir del Capítulo XX.


Después de los tres fragmentos anteriores en los que hemos leído dónde habitan los monjes, cómo viste y de dónde proviene su sustento, en el último fragmento del texto que se comenta leemos la norma que especifica el marco general de la financiación de la Orden: "La nostra institució i la nostra Orde exclouen les esglèsies, els altars, les sepultures, els delmes del treball o de la ramaderia d’una altra persona, els pobles, els vilatans, els censos sobre terres, les rendes de forns i de molins i altres coses semblants contràries a la pobresa monástica". Esta "declaración de principios" puede leerse en la Carta, Capítulo XXIII, Artículo 2º12.

Posiblemente, de los cuatro fragmentos de los que se compone el texto estudiado, este sea el más importante, ya que enmarca claramente a los otros tres. En él vemos reflejada la idea básica de la Orden, el respeto a la pobreza monástica, en un alineamiento claro con lo dispuesto en la Regla de San Benito, y que realmente fue el motor fundacional de la Orden. Los movimientos monásticos anteriores al Cister –especialmente Cluny- tuvieron siempre la tendencia al olvido de esta pobreza originaria de la vida monacal, olvido que el Cister intenta no repetir.

Sin embargo, esta compilación de reglas sobre la vida monacal (de la que el fragmento comentado es una mínima, pero sustancial, parte) lleva implícito el germen del mismo problema (Fuguet, 1998:11)13: el ora et labora es bien difícil de seguir, y rápidamente la vida que se preconiza única e indivisible en la Carta, se divide en dos. Por un lado, el mundo de los monjes, que, viviendo en los monasterios, se dedican esencialmente al ora. Por el otro, el mundo de los conversos, figura creada por el Cister, que se dedica al más prosaico pero imprescindible labora. Observamos en esta dicotomía el fiel reflejo de la sociedad del momento, con la división entre los estados: los monjes y los conversos trasponen a la vida monacal la misma idea feudal de separación que los caballeros hacen con sus sirvientes (Duby, 1981:109)14.

Esta doble función dentro de la Orden, ¿es una contradicción intrínseca ya en su fundación o una adaptación realista a las visicitudes del momento? Nos inclinamos a pensar más bien en la segunda posibilidad, ya que, mediado el siglo XIII, cuando entra en crisis de manera global la idea de la separación entre los estados, el Cister se vuelve a adaptar a la nueva situación, y acepta trabajadores a sueldo, dada la gran dificultad en reclutar nuevos conversos para atender las granjas cistercienses.

En resumen, las normas y preceptos contenidos en la Carta de Caridad se van adaptando, como no podía ser menos, a las necesidades y visicitudes con las que la Orden se va encontrando en su devenir histórico. Los conversos dejan paso a los asalariados, las mujeres forman comunidades en la órbita del Cister a pesar de lo dicho en la Carta, la Orden acaba aceptando señoríos que inicialmente tenía prohibidos, el arte cisterciense abandona sus ideas originales de austeridad (Duby, 1981:17)15... Es esta una evolución que, siendo en realidad bastante previsible, ha sido "efectiva" en grado sumo, ya que la Orden del Cister, a pesar de las grandes dificultades del monacato en la historia europea posterior a la medieval, ha logrado llegar hasta nuestros días con una cierta vitalidad, siendo su último retoño la orden que se viene denominando "La Trapa"16, seguidora de la estricta observancia de las reglas monacales cistercienses.

No cabe duda de que la reforma que la Orden del Cister introdujo en las costumbres monásticas del siglo XII trascendió más allá de las paredes de los monasterios y sus granjas adláteres. (Riu, 1975:732)17 Las estructuras sociales se vieron fuertemente implicadas, así como las religiosas, y cómo no, las artísticas, especialmente la arquitectura.

El texto que se nos ha pedido comentar es suficientemente claro y concreto como para no necesitar muchas más aclaraciones, pero lo que sí haremos a continuación es contextualizarlo en su entorno histórico, para destacar las innovaciones más importantes que el Cister introdujo y analizar, aunque sea brevemente, sus implicaciones y consecuencias, sin salirnos del marco histórico propuesto por el texto, es decir, las fases de inicio y expansión de la Orden, sin seguir sus visicitudes posteriores ni analizar su situación actual, que podrían ser perfectamente objeto de otro trabajo.


 

Segunda parte: ...y el contexto.

Como casi siempre en la historia, las cosas no ocurren porque sí, y la aparición de la Orden del Cister en el siglo XI puede explicarse en gran manera como una reacción a las "excesivas preocupaciones materiales de Cluny", como dice Fuguet (1998:8)18. ¿Fue realmente así? Según Duby (1981:55)19, sí. Dice Duby textualmente que "Desde hacía más de cien años, los obispos sublevaban al mundo contra las usurpaciones cluniacenses". Los propios monjes cluniacenses, al menos una parte de ellos (como el abad Pedro el Venerable), eran conscientes del problema que tenían planteado, pero se vieron impotentes para atajar el camino emprendido desde ya hacía tiempo. Desde su arranque en Maçon, en el centro de Francia, en los primeros años del siglo IX, gozó Cluny del privilegio de excepción, que le permitía estar unido directamente a Roma, sin más sujeciones laicas ni religiosas. Esta independencia de facto de los poderes locales contenía ya el germen del problema que arrastraría Cluny durante toda su andadura, la excesiva implicación en los asuntos mundanos.

Sin embargo, posiblemente sea injusto atribuir únicamente a la decadencia de Cluny la causa de la aparición de otras órdenes monacales20, como el Cister o La Cartuja. La propia evolución natural de las ideas sobre el monacato, la pérdida importante de poder de las ciudades feudales sobre el medio rural, las novedades en el cultivo agrícola y, en conjunto, una cierta idea de agotamiento del modelo global de Cluny, ayudan a comprender lo que sucedió. En particular, la visión global que Cluny tenía del mundo monacal es sustituida por una especialización de las órdenes monacales, que se dedican, de modo preferente, a aspectos asistenciales, ascéticos o militares. En este contexto de cambio, a Cluny, con sus más de dos mil prioratos, le resulta difícil no ser sobrepasado...

La fundación del Cister21 puede datarse en el 1089, con la construcción de la Abadía de Cîteaux por el primer abad del Cister, Roberto de Molesmes. Alberico, el segundo abad, logra el reconocimiento de la nueva orden por parte del papado, y el tercer abad, Esteban Harding completa el corpus normativo de la Orden, iniciado con los Capitula de los inicios, y que llega a compilarse en su Carta de Caridad, como ya se ha visto. Posteriormente, Bernardo de Claravall, un personaje excepcional, clave en la expansión del Cister, le da el impulso definitivo.


La gran aceptación del la Orden del Cister desde sus comienzos puede explicarse, tal como hace Duby (1981:61-83)22, por las tres características que la definieron, y que, en sus principios, la distinguían claramente de la Orden de Cluny.

La primera característica clave fue la tendencia al aislamiento, a la soledad, y de ahí viene, por ejemplo, el artículo de la Carta que hemos comentado en primer lugar. Esta tendencia al aislamiento separa a los monjes de los conflictos y tentaciones (en sentido amplio) mundanas, a diferencia de los cluniacenses, de manera que puedan dedicarse a la plegaria. Una diferencia más a notar aquí: aunque el espíritu de grupo se sigue potenciando como en cualquier otra orden, el Cister hace de la oración (que no del rezo) una acción individual, íntima, en cierta manera mística. De ahí viene, en gran medida, esa intencionalidad del aislamiento a toda costa. Mutatis mutandi, podemos ver aquí cómo el Cister, de manera posiblemente inconsciente, está introduciendo el concepto ya moderno de "persona". Cabe decir también que dicho aislamiento conllevó una importante labor de roturación (Riu, 1975:732-733)23 de territorios hasta entonces desaprovechados, lo que permitió una notable expansión agrícola alrededor de los monasterios o en sus áreas de influencia.

Ese aislamiento provoca la posibilidad de desarrollar la segunda gran característica cisterciense, su ascetismo, la pobreza material en oposición a la riqueza espiritual... También hemos visto en el texto comentado qué se pretendía de manera normativa al respecto. Este ascetismo tiene muchas otras manifestaciones, además de las personales, las artísticas, por ejemplo. El arte cisterciense es, en su origen, ascético sin concesiones, aunque luego evolucionase en este aspecto, como ya hemos visto. Un ascetismo que, sin embargo, no está reñido en absoluto, más bien al contrario, con la alegría, con la luz, con la trascendencia personal. Y así, por ejemplo, la arquitectura cisterciense bascula desde las oscuridades del románico hasta las luces del gótico. Si se quiere poner una fecha, un hito, en el que esa línea (Duby, 1981:50)24 entre la oscuridad y la luz es cruzada definitivamente, puede ponerse en Saint-Denis, en el año 1134, de la mano del arquitecto (y teórico de la arquitectura) Suger.

La tercera característica distintiva y diferenciadora del Cister, y que en gran medida explica su rápida aceptación y difusión entre la sociedad de la época, es precisamente su respeto y adaptación a la estructura social imperante y aceptada, la separación entre estados. Efectivamente, el Cister reproduce esa separación social cuando se organiza en monjes y conversos, a semejanza de los caballeros y sus sirvientes. A nadie le sorprendía, por conocida, esta estructura, y de ahí su aceptación sin discusión.


Esta última característica del Cister, la separación entre monjes y conversos, es la que en realidad hizo posible –materialmente hablando- la existencia de la Orden. Dejando aparte la adecuación o no a la Regla benedictina de esa separación entre oración y trabajo, lo cierto es que funcionó.

Efectivamente, encontramos una gran diferencia (Riu, 1975:733)25 entre las explotaciones agrícolas (si se pueden llamar así) propiedad de los señores feudales y las granjas cistercienses. En las primeras, los siervos se encontraban abandonados a su suerte, sin ninguna clase de ayudas en cuanto a planificación y dirección, sin más objetivo por parte del propietario que mantener sus ingresos y por parte del siervo, de simple subsistencia. En cambio, en las granjas del Cister se contaba con una planificación y organización enmarcadas en un propósito general, el autoabastecimiento, tanto de la comunidad de conversos que trabajaban la granja como del monasterio del que dependían.

Estas granjas nacen al irse desgajando las propiedades crecientes alrededor de los monasterios, y al ir comprando la Orden, siempre deseosa de más y mejores tierras, terrenos más alejados para su explotación. El cálculo de la extensión total de dichas granjas es difícil de llevar a cabo, pero no así el saber su número, ya que los archivos de los monasterios hablan profusamente de sus granjas (correspondencia, listados de compras, rendición de cuentas...) . Por ejemplo, sabemos que en el año 1348 el Monasterio de Mellifont26 contaba con dieciséis granjas, con una extensión total superior a las veinte mil hectáreas.

En el desarrollo de las granjas podemos observar dos grandes pautas. Una de ellas es debida a la implantación de un monasterio cisterciense en una zona despoblada, en la que la expansión es fácil y muchas veces apoyada por la autoridad secular como medio de repoblación del territorio. Puede ponerse el ejemplo paradigmático de Poblet (Fuguet, 1998:41-70)27, en Catalunya, o de Leubus28 en la Silesia. Hay que observar, no obstante, que esta pauta de crecimiento agrícola cisterciense conllevaba casi con seguridad la necesidad de contratar a campesinos no conversos para el trabajo de las granjas, dada la imposibilidad de dedicar tan gran número de converso a este menester.

La segunda pauta de crecimiento es la que se da en aquellas zonas muy pobladas de antemano, en las que se construye un monasterio del Cister. En esta tipología de ocupación poblacional, el desarrollo de un sistema de granjas cercanas al monasterio es muy problemático, y así no es raro encontrar algunas granjas situadas a más de cien kilómetros de su monasterio.

Lo anterior da pie a comentar un hecho organizativo crucial en la historia de estas granjas cistercienses. En efecto, encontramos una curiosa, pero muy eficaz, mezcla de centralismo (planificación por el abad del monasterio) y autonomía de las granjas, especialmente de las más alejadas. Al frente de cada granja había un responsable de la misma, el "maestro de granja"29, ayudado en la contabilidad y organización por un cellararius.

Esta organización de las granjas tuvo importantes repercusiones, además de la evidente financiación que significaban para la Orden. En particular, se llegó en ellas a una renovación de muchos aperos agrícolas, y se introdujeron procesos nuevos o se perfeccionaron los ya conocidos (Riu, 1975:733)30. Se revalorizaron los bosques, sacándoles un rendimiento económico sistemático desconocido hasta entonces, y a la vez se hacía crecer la ganadería, cuyos productos eran de fácil venta y cómodo transporte, incorporándose así a los incipientes circuitos comerciales del momento. La economía de la zona en la que había granjas cistercienses conocía un desarrollo importante, ya que el excedente de las granjas se invertía (así lo especificaba la Carta, como hemos visto) en la compra de nuevas tierras, contratación de campesinos del lugar para ayuda a los conversos,...

 

* * * * * * * * *

 

Mezcla especial de idealismo ascético y realidad económica, dejamos aquí, ya firmemente asentada, la Orden del hábito blanco, y, como San Bernardo, decimos que

"Sea aquí el fin del libro, más no el fin de la búsqueda"
(Duby, 1975:161)
31

 

José Carlos Vilches Peña.

En Vielha, Aran

19 de octubre de 2006.


Bibliografía utilizada y citada:

DUBY, G., San Bernardo y el arte cisterciense, Taurus, Madrid, 1981

FUGUET, J. y Plaza, C., El Cister. El patrimoni dels monestirs catalans a la Corona d'Aragó, R. Dalmau editor, Barcelona, 1998

LEKAI, L.J., Los cistercienses. Ideales y realidad, Ed. Herder, Barcelona, 1987

RIU, M. et alt., Textos comentados de Historia Medieval, Teide, Barcelona, 1975


Webgrafia utilizada y citada:

http://www.cistercensi.info/storia/storia02.htm

http://users.skynet.be/scourmont/script/docprim/exord_cist-esp.htm

http://www.arteguias.com/vidrieras-romanico.htm

http://personal.telefonica.terra.es/web/jcvilchesp/imagenes/citeaux.jpg

http://www.cistercensi.info/storia/storia02.htm

http://www.valdedios.org/regla1.htm

http://www.sbenito.org.ar/vidasb/vidasb.htm

http://www.ocso.org/net/ocso-es.htm

www.artehistoria.com/historia/contextos/1065.htm

http://www.cistercensi.info/economia/econ05es.htm

http://www.catholicity.com/encyclopedia/l/leubus.html

http://www.sobrado-es.com/castellano/historia/emsobrado_c.php


Notas en el texto:

4 Ver Nota 2

5 LEKAI, L.J., Los cistercienses. Ideales y realidad, Ed. Herder, Barcelona, 1987

6 FUGUET, J. y Plaza, C., El Cister. El patrimoni dels monestirs catalans a la Corona d'Aragó, R. Dalmau editor, Barcelona, 1998

11 Ver Nota 8

12 Ver Nota 8

13 FUGUET, J. y PLAZA, C., El Cister. El patrimoni dels monestirs catalans a la Corona d'Aragó, R. Dalmau editor, Barcelona, 1998

14 DUBY, G., San Bernardo y el arte cisterciense, Taurus, Madrid, 1981

15 Ver Nota 14

17 RIU, M. et alt., Textos comentados de Historia Medieval, Teide, Barcelona, 1975

18 FUGUET, J. y Plaza, C., El Cister. El patrimoni dels monestirs catalans a la Corona d'Aragó, R. Dalmau editor, Barcelona, 1998

19 DUBY, G., San Bernardo y el arte cisterciense, Taurus, Madrid, 1981

22 DUBY, G., San Bernardo y el arte cisterciense, Taurus, Madrid, 1981

23 RIU, M. et alt., Textos comentados de Historia Medieval, Teide, Barcelona, 1975

24 Ver Nota 22

25 Ver Nota 23

27 FUGUET, J. y Plaza, C., El Cister. El patrimoni dels monestirs catalans a la Corona d'Aragó, R. Dalmau editor, Barcelona, 1998

30 RIU, M. et alt., Textos comentados de Historia Medieval, Teide, Barcelona, 1975

31 DUBY, G., San Bernardo y el arte cisterciense, Taurus, Madrid, 1981